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CAPÍTULO UNO (Rudo)

John MaCalister soltó un suspiro de cansancio mientras cerraba las puertas de su Bar. Era la una de la madrugada, pasadas, y el día había sido agotador. Como tantos otros. Aunque eso no quitaba que también hubiera sido muy satisfactorio. Mac era el dueño del Bar Four Roses desde hacía tres años, cuando se había licenciado de los Marines después de haber estado sirviendo durante diez años y cumplido con su deber en el frente. Estaba decidido a continuar con su vida de civil, de una manera tranquila y haciendo lo que más le gustaba —viajar.
Cuando un compañero de servicio le hablo de que pensaba vender el negocio familiar para trasladarse de ciudad, Mac no lo pensó mucho y enseguida le hizo una oferta. En pocas semanas se convirtió en el dueño de su propio negocio. Las cosas le habían ido bien desde el principio, el Bar ya tenía su propia clientela fiel y el lugar era tan agradable como para conseguir nuevos clientes con muy poco esfuerzo. El nombre del local se quedó como estaba, simplemente Mac se hizo cargo del negocio y a parte de algunas mejoras para acondicionar el lugar a su gusto, la cosa iba rodada.
Gracias a todo esto Mac era capaz de vivir como él quería; esto era trabajar durante gran parte del año y disfrutar de unos meses de vacaciones bien merecidas para viajar donde más le apeteciera. No tenía ninguna preocupación o responsabilidad a su cargo salvo su propio negocio. La única persona que le importaba en la vida era su hermana mayor Samantha.
Sin ella Mac no sería el hombre que hoy era. Sin padres desde muy jóvenes Sam se había encargado de cuidar y proteger a su hermano pequeño. Con dieciséis años estaba metido en tantos líos que la cabeza le daba vueltas cuando intentaba recordar, si no hubiera sido por su hermana y su empeño en enderezarlo Mac no tenía ni idea de dónde estaría ahora mismo. Seguro que su vida no se parecería a lo que tenía ahora ni de lejos.
Se acercó caminando a su camioneta aparcada al otro lado de la calle, y comprobó de nuevo la hora en su reloj. Tenía necesidad de hablar con su hermana lo antes posible, pero no estaba seguro de qué turno tenía ella esa semana. Sam era Enfermera Jefe en San Francisco, a veces tenía largos turnos de trabajo o disfrutaba de muy pocas horas de descanso porque le tocaba hacer turnos dobles.
Después de entrar en la camioneta y abrocharse el cinturón de seguridad, se tomó unos segundos para dejarle un mensaje a Sam en su móvil, para que ella misma le llamara cuando estuviera libre. Lo cierto era que hacía un par de días que quería ponerse en contacto con ella, pero lo estaba retrasando porque no quería que su hermana se preocupara más de lo necesario. Después de todo fue él el que se ofreció a ayudarla con su problema. Y su problema tenía nombre y apellido; Andrew Rodman, el hijastro de dieciocho años de Sam.
Desde hacía dos meses Andrew vivía con Mac en su casa, y si ya de por sí Mac no tenía un buen carácter y muy poca paciencia con las tonterías, estaba siendo toda una experiencia tratar con los continuos problemas que generaba el chico; desde saltarse las clases de la universidad, a llegar borracho a casa o sanciones disciplinarias por mal comportamiento en clase. Mac sólo esperaba que no terminara expulsado también de esta universidad. Al chico lo habían pillado hacía unos meses haciéndole una mamada a uno de sus profesores después de clase y le habían expulsado por conducta inmoral. El profesor se quedó sin trabajo.
Samantha se había casado con Tom Rodman hacía once años, él tenía un hijo de un matrimonio anterior y Tom compartía la custodia del niño con su ex mujer por lo que Sam y Andrew se conocían bien. Cuando Andrew cumplió quince años su padre murió de un ataque al corazón dejando a Sam viuda y prácticamente sin contacto con Andrew ya que la tutela pasó completamente a la ex mujer de Tom. La sorpresa llegó dos años después cuando la madre del chico falleció por un accidente de coche. Andrew se había quedado sólo con diecisiete años, ya que no existían más familiares por parte de ninguno de sus padres y Carol, la ex mujer de Tom, había dispuesto en su testamento que Sam se hiciera cargo de su hijo si a ella le pasaba algo, hasta que Andrew cumpliera los veintiún años. El problema era que, en esa época, Andy aún tenía diecisiete años y al parecer desde la muerte de su padre las cosas habían ido de mal en peor.
Sam se encontró a cargo de un adolescente, más que rebelde, indisciplinado y sin ningún sentido de la responsabilidad, que había encontrado como hobby desafiar los límites de hasta dónde podía llevar las cosas. Sam pasó un año desbordada con la situación, continuamente llamaba a Mac hablándole de su frustración y de cómo no veía la manera de poder ayudar al chico y que no acabara mal. Sam había querido con locura al niño con el que había convivido durante los años que había durado el matrimonio con su padre, pero ahora se veía incapaz de conectar con el muchacho rebelde que la desafiaba una y otra vez, e impotente por tener que estar atada a sus horarios inestables y sin ayuda para afrontar la situación.
Después de que le expulsaran de la universidad, Mac vió tan desbordada a su hermana que se ofreció él mismo a hacerse cargo del chico. Las condiciones eran que Andy tendría que dejar San Francisco, donde vivía con Sam, y se trasladaría a Nueva York, se matricularía en la universidad y tendría que sacar adelante la carrera que había elegido. Y lo más importante: en su casa se seguían sus reglas.
Mac le debía la vida a su hermana mayor y aunque no le apetecía nada hacerse cargo de este muchacho haría lo que fuera por ayudarla. Encauzar la vida de Andy era muy importante para Sam y aunque al principio su hermana no quería poner esa carga en los hombros de Mac, terminó cediendo por el bien del chico.
Hacía dos meses que Mac se había presentado en la casa de su hermana para llevarse directamente a Andy. Sin preguntar. El chico haría lo que tenía que hacer. Mac no le encontró en casa de su hermana, así que, sin más metió en una bolsa de deporte grande cuatro prendas de vestir que encontró medio limpias en la habitación de Andy y con las indicaciones de Sam para encontrar al chico y un beso de buena suerte en la mejilla, condujo hasta el Castro, el distrito gay de San Francisco, para sacar a rastras al chico de uno de los clubs de la zona donde, según Sam, había entrado con documentación falsa.
Gracias a la descripción de Sam y a las fotos que había visto de Andy, pudo localizarlo bailando en medio de la pista, rodeado por un grupo de hombres que se frotaban con ganas contra el cuerpo del chico. Se acercó y sin más contemplaciones se lo cargó al hombro y lo sacó de allí. Entre insultos y pataletas le metió en su camioneta y le amenazó con la pérdida de sus dientes si se movía del asiento. Aún recordaba la cara de susto del chico al oír su amenaza. Al dar la vuelta a la camioneta para meterse por el lado del conductor no le quitó los ojos de encima, por la cara que puso, Mac se dio cuenta que ya le había reconocido, probablemente Sam le había ensañado alguna foto ya que ellos dos no se conocían en persona. Nada más entrar a la camioneta y cerrar la puerta Andy hizo el amago de intentar bajarse, solo para encontrarse empotrado en el asiento, con un puño enredado en la pechera de su camiseta que le clavaba en su sitio.
—Ni te menees, y ponte el cinturón.
Andy intentó apartar el puño de Mac, pero solo consiguió otro sacudón antes de que Mac decidiera soltarle por propia iniciativa. El chico resoplaba antes de poder hablar.
—¿Quién coño eres, cabrón? —Le soltó a Mac, de mala manera, mirándole fijamente con odio. Después de esa humillante salida del club, no creía que fuera capaz de volver a entrar nunca más.
Andy era moreno, con ojos castaños, pesaba poco más o menos setenta quilos y debía de medir alrededor de un metro setenta y ocho centímetros. Y en ese momento sólo parecía un mocoso de cinco años. Estaba sonrojado y la frustración le salía por los poros.
—Señor cabrón para ti, niño. Y te he dicho que te pongas el cinturón. Nos vamos. —Los dos se mantuvieron las miradas durante unos segundos, hasta que por fin Andy claudicó y empezó a ponerse el cinturón.
—¿Dónde vamos? —Andy le miró de reojo para calibrar su reacción. —Si quieres una mamada, serán cincuenta dólares, si es algo más el precio sube. —Le dijo con una sonrisa satisfecha.
El chico no tenía nada de femenino, quizás la boca demasiado carnosa y suave para parecer masculina, pero el resto estaba marcado de testosterona como un sello. Su voz ya había cambiado y era grave y bien modulada, tenía un cuerpo firme y compacto y sus  gestos eran seguros y confiados. No había delicadeza a la vista. A Mac le costaba creer que este chico fuera gay, pero concluyó que simplemente había sido víctima de los clichés, como mucha otra gente.
—Vaya, ¿también eres puto? —Le contestó crudamente a su ofrecimiento, mientras conducía camino al aeropuerto.
Andy, le miró de frente y levanto un poco la barbilla ladeando ligeramente la cabeza.
—Señor puto para ti, cabrón.
Mac le rió la gracia, cosa que no sentó nada bien a Andy, ya que se dio cuenta que más que impresionarlo, le había sonado a chiste.
—Gracias por la oferta, mocoso, pero además de que no me van las pollas, no creo que le haga mucha gracias a tu madre cuando le diga que le has ofrecido sexo a su hermano favorito. ¿O no?
Andy fijo la vista al frente en el parabrisas antes de contestar.
—Mi madre está muerta y no tiene ningún hermano. —Dijo con un tono plano.
Mac no perdió el paso.
—Tienes razón. Mi error. Tu madrastra, Sam. Y sé que sabes quién soy. —Mac cambió el tono falsamente risueño que estaba utilizando hasta ahora por un tono serio y categórico. —Has estado muy ocupado haciendo lo que te ha dado la gana, sin consideración a nada ni a nadie. —Hizo una pausa—. Eso se acabó. Vas a vivir conmigo en Nueva York, irás a la universidad y harás lo que yo te diga. —Giró la cabeza un poco para hacer contacto visual con el chico—. Ahora las reglas las pongo yo. —Le mantuvo la mirada para que las cosas le quedarán meridianamente claras.
—¡Hijo de puta!, ni lo sueñes. Esto es secuestro y no pienso ir contigo a ningún lado.
—Ya veremos, niño.
—Para la camioneta o me tiro en marcha. —Andy hizo el amago de quitarse el cinturón de seguridad y revolverse en el asiento. Pero Mac le cortó en seco con sus palabras.
—Hazlo. Solo me darás un poco más de trabajo al tener que parar para recoger tus entrañas del suelo. Y no creas que te llevaría a un hospital. Aunque tengas las piernas colgadas de un hilo, tu culo va a estar metido en el avión en el horario previsto, quieras tú o no.
Después de eso Andy se cerró en un silencio tenso y solo miraba a la derecha por su ventanilla. La cosa continuó igual mientras preparaban el embarque en el aeropuerto y durante el vuelo, se limitó a hacerse el dormido y no soltó ninguna palabra durante el resto del viaje.
Mientras Mac conducía por las calles de Nueva York después de haber dejado atrás el JFK, a Andy se le ocurrió que no se había despedido de Sam y pidió permiso para hablar con ella. Decidió concederle unos minutos con su madrastra aunque después se arrepintió. Andy aprovechó el momento para cargar de reproches  a Sam e intentar hacerla sentir culpable por su situación. Mac sabía que su hermana era fuerte, y que sabría manejar el momento, como así hizo, pero cuando Andy colgó, se hizo la promesa de llamarla nada más llegar a casa para poder tranquilizarla y decirle que todo iría bien. En ese momento era lo que Mac creía con todas sus fuerzas.
Ahora, dos meses después, aun lo creía aunque cada vez le costaba más esfuerzo no utilizar su arma reglamentaria para jugar al tiro al blanco con Andy. Mientras Mac recordaba los primeros días con el chico en casa, arrancó la camioneta para salir del aparcamiento en frente de su Bar.
Andy se había matriculado en la universidad, y por los informes de sus profesores, estaba yendo a clase y se estaba comportando, hasta hacía aproximadamente dos semanas cuando le llegaron los primeros informes de faltas de asistencia a clase. El chico se había estado portando bien en ese aspecto por lo menos, y estas faltas habían colmado la paciencia de Mac, por eso quería hablar con su hermana. No quería que las noticias le llegaran a ella y se preocupara más de lo necesario.
Por otro lado Andy había tenido un constante tira y afloja en casa con Mac. Cada día inventaba una manera nueva para fastidiarle. Sus tareas en clase, sus responsabilidades en casa. Molestar a los vecinos con la música, llegar borracho a casa… cada vez intentaba algo nuevo, aunque solo lo hiciera una vez, con Mac sus actos tenían consecuencias, pero la moral del chico era como un bunker, estaba fortificada y siempre se las apañaba para meterse en líos y parecer inocente en el intento.
Lo último había sido la semana pasada cuando Mac había invitado a una de sus amigas a pasar la noche. Mientras estaban follando en su habitación, Andy se coló dentro sin llamar quejándose de que estaban haciendo mucho ruido y no le dejaban dormir, el pobre tenía un examen temprano por la mañana.
A parte de quedarse congelado entre las piernas de su amiga y haberle dado un susto de muerte a ésta, el chico se quedó mirando directamente a los ojos de Mac, con una media sonrisa en la cara, sabiendo muy bien como molestaba eso a al hombre.
Se levantó dando un rugido espeluznante y advirtiendo a la chica de que no se moviera de la cama, se abalanzó hacia Andy, que en ese momento se dio cuenta de que quizás había traspasado el límite. Cogiendo al chico del cogote y arrastrándolo hacia la puerta de la calle, la abrió de par en par, y medio desnudo como estaba Andy, le empujó hacia fuera, en el pasillo, para que se sentara en el suelo junto a la puerta.
—Si cuando salga más tarde a por ti no tienes tu culo flaco pegado al suelo, voy a patearte tan fuerte el trasero que no vas a poder sentarte en dos semanas. —Y con esas, le cerró la puerta en las narices y volvió a la habitación con su amiga, sin regalarle un pensamiento más al chico hasta después de unas cuantas horas.
Cuando abrió la puerta mucho tiempo después, casi amaneciendo, Andy efectivamente se encontraba sentado donde lo había dejado, y le saludó con una cariñosa falsa sonrisa y un alegre, “buenos días”. Para Mac era claro que estaba intentando minimizar su humillación, aunque no le pasó desapercibida la tiritona del chico. Esto le hizo tener un momento de culpabilidad, pero fue pequeño y se le pasó enseguida.
Después de eso Mac se esperaba cualquier cosa, no le importaba lidiar con ello, un chico de dieciocho años no iba a poder con un ex marine experimentado, y aunque estaba un poco cansado de la situación, lo que no le hacía nada de gracia era que Andy faltara a clases. Eso se tenía que acabar y no pasaría de mañana sin poner las cosas claras con él.
Cuando llegó a casa y aparcó la furgoneta, se tomó un par de segundos para respirar hondo. Aunque estaba cansado apenas tenía sueño. Miró el reloj para comprobar la hora. Las dos menos cuarto. Estupendo, se tomaría una hora para hacer algo de papeleo del negocio y después de una ducha se iría a la cama. Salió de la furgoneta y le puso el seguro. Mientras subía las escaleras se frotó la cuadrada mandíbula para tantear cómo de necesario seria un afeitado. Su rastrojo era espeso, duro y muy negro, como su pelo, que era liso y lo llevaba bastante corto, reminiscencias militares. Decidió que la barba podía esperar hasta mañana cuando tuviera que irse a medio día  a trabajar.
Al entrar en casa y cerrar la puerta escuchó que la televisión estaba encendida, Eso quería decir que Andy estaba despierto.
—Fantástico —dijo en un susurro.
Cuanto más se acercaba al salón más nítidamente percibía los característicos sonidos de una película porno, y efectivamente, al pararse en el dintel de la puerta, en frente del sofá pudo ver en la pantalla del televisor a una pareja montándoselo encima de un escritorio en un despacho. La pareja era gay. Sin ningún problema para Mac. El problema era Andy.
El salón estaba en semipenumbra, iluminado solo con una lámpara de pie y la luz que desprendía la pantalla de la televisión, pero eso no impidió que Mac pudiera ver claramente al chico, tumbado prácticamente desnudo salvo una camiseta que se había pasado por los hombros y enganchado en el cogote, dejando su torso desnudo. Estaba tumbado de espaldas con un pie en el sofá y el otro apoyado en el suelo, dándole a Mac una vista panorámica de su polla, sus huevos y su raja del culo. Andy se estaba haciendo una paja con la mano derecha y con la izquierda se daba placer en los pezones, de vez en cuando corcoveaba con las caderas y se hacía eco con sus gemidos para acompañar a los dos machos en la pantalla.
Después de tragar saliva y cruzarse de brazos, Mac se hizo notar carraspeando audiblemente. En ese momento confirmó sus sospechas al darse cuenta que Andy ya sabía de su presencia, pero había decidido ignorarla. No sólo eso, amplió más la distancia de apertura de sus piernas y se quedó mirando fijamente a Mac a los ojos.
Mac aguantó el impacto de la mirada y se quedó observando el espectáculo con una media sonrisa socarrona, esperando acobardar al chico y que dejara la actuación para otro día.
Con lo que no contaba era con que Andy se excitaría más.
Y que eso le afectaría a él.
Andy dejó de lado completamente la peli porno y se centró en su mirón particular. Mac no tenía ninguna duda de que el chico había preparado la escena exclusivamente para provocarle, un método más de tira y afloja en casa. Pero no pudo evitar pensar que el joven era realmente guapo. Mac no tenía problema en admirar la belleza y ahora mismo, delante de él, gozaba de algo espectacular. Sin embargo no pensaba dar su mano a torcer y dejar que un chico de dieciocho años le ganara la partida. Se mantuvo de pie, estoico y sin mover un músculo mientras Andy realizaba su espectáculo.
Andy llevó su mano izquierda hasta su boca y se metió dos dedos dentro para lamerlos, mientras mantenía sus ojos clavados en Mac. Después de tenerlos suaves y bien humedecidos, volvió a frotar sus pezones, cubriéndolos de transparente y brillante saliva, e inmediatamente se erguieron al enfriarse al contacto con el aire. Con la mano derecha continuaba masturbándose, y de vez en cuando pasaba su pulgar por la cabeza de su pene para recoger las perlas de presemen que brillaban en la punta, para lubricarse el tallo y que la fricción fuera más fácil.
En un momento dado, Mac se pasó la lengua por los labios para humedecérselos, casi sin darse cuenta, pero este simple gesto no pasó desapercibido para el chico, que  pareció ponerlo en su límite. Se pellizcó más fuerte uno de sus pezones y bajó la mano para ayudarse mejor con el trabajo, mientras con una mano se apretaba y masajeaba los cojones, con la mano derecha se machacaba la polla, siguiendo el ritmo que marcaban sus caderas follando su puño. Andy gemía con cada acometida y cada vez le costaba más mantener lo ojos abiertos, con ellos entornados conservaba la vista fija en su tío Mac, que solo estaba allí parado con esa media sonrisa que ni siquiera dejaba ver sus dientes.
En la recta final de su placer, Andy aumentó la velocidad de su puño y elevó sus gemidos de gozo cuando su polla comenzó a escupir hilos de semen cremoso que fueron a parar a su abdomen y llegaron hasta sus hombros para manchar su camiseta.
Mientras recuperaba la respiración normal, Andy cerró los ojos dos segundos y tragó saliva, antes de fijar de nuevo la vista en Mac, que seguía donde estaba como a la expectativa.
Con una sonrisa en la boca el chico se acarició su tembloroso abdomen para recoger los restos de su corrida y frotarlo por su pecho para después llevar esos dedos impregnados de semen hasta su boca y probar su sabor. Aún lamiendo sus dedos Andy se incorporó del sofá y caminó decidido para colocarse justo en frente de Mac. Con voz segura y sin ningún titubeo le ofreció de manera sensual:
—¿Quieres probarme? —Andy acercó sus dedos aún impregnados de semen a la boca de Mac. Y le mantuvo la mirada.
Ahora sí, Mac sonrió mostrando todos sus dientes, pero no parecía nada feliz.
—Claro, cariño —y en un movimiento rápido Mac colocó su mano en medio del pecho de Andy y le hizo retroceder empujándolo hacia la pared del fondo del salón. Cuando la espalda del chico se encontró con un obstáculo, en menos de un parpadeo Andy se vio elevado hacia el techo. Mac colocó sus manos debajo de las axilas de Andy y mientras le levantaba del suelo puso una y después otra pierna del chico encima de sus hombros, quedando sentado a horcajadas de cara a Mac con sus muslos en los hombros de este, la espalda apoyada en la pared y la fláccida verga de Andy peligrosamente cerca de los blanquísimos dientes de Mac.
Con la impresión por los movimientos de Mac, Andy se había quedado sin habla, pero inmediatamente reaccionó e intentó bajarse de su cabalgadura. Aunque se rompiera la cabeza, ya que Mac medía alrededor del metro noventa y cinco.
—¡Mac! ¡Bájame! ¡Joder! ¡Serás idiota! —Andy intentó estabilizarse y colocó las manos en cruz con las palmas de sus manos apoyadas en la pared a su espalda. No quería correr el riesgo de agarrarse por accidente al pelo de Mac.
Ahora Mac estaba serio, y parecía más bien enfadado. Con su mirada trabada en la de Andy acercó su boca al capullo del chico.
—Niño, te dije que no me provocaras —ronroneó.
Antes de que Andy pudiera considerar lo que esas palabras podían significar, Mac abrió la boca y se tragó por completo su blando miembro. La nariz de Mac se enterró fácilmente en el vello de la base de su sexo, para retroceder un segundo después dejando fuera de su boca una polla semidura. Andy dejó salir un sensual gemido sin poder evitarlo. Después de comprobar que de momento Mac no quería masticar su polla, se permitió gozar del momento de tener la boca de ese hombre rodeando su verga. El gozo le duró unos segundos.
—Pase lo que pase ni te menees —le amenazó Mac, antes de volver a tragarse su miembro, a estas alturas totalmente duro. Mac tampoco tuvo problemas en hacerse cargo de los dieciocho centímetros de erección completa de Andy. Y mientras disfrutaba de la vista de la boca de Mac comiendo hasta el fondo su longitud, casi termina en el suelo cuando sintió el primer azote en su nalga derecha. Sin pensarlo dio un respingo y se agarró desesperado al cabello de Mac intentando no caerse. Con el susto su polla había salido de la boca del hombre y éste sonreía maliciosamente hacia Andy.
—Cabrón hijo de puta, no me gusta que me azoten.
Mac soltó una sincera carcajada y sus ojos brillaron satisfechos.
—¿En serio crees que hago esto para darte placer? —le contestó, afianzando sus pies y apartando nuevamente las manos de Andy de su pelo—. Repito. No te muevas. No te quejes. Si te caes no voy a intentar ayudarte. Maldito niñato, vas a aguantar el castigo.
Con eso se volvió a tragar la polla de Andy, y antes de darse cuenta el culo del chico recibió siete azotes seguidos donde había recibido el primero, mientras Mac mantenía su presa en la boca. A Andy se le saltaron las lágrimas con la picazón de los azotes, pero no pudo evitar un escalofrío de placer al notar en su polla las vibraciones de la risa en la garganta de Mac. El chico suspiró de gusto sin poder controlarse y cuando Mac cambió de postura y colocó su mano izquierda en el pecho de  Andy para afianzar su peso, supo que el castigo no había acabado. 
Con su mano derecha Mac acarició y pellizcó la otra nalga de Andy, cuando éste se estremeció de anticipación y gimió una última, vez el hombre continuó chupando arriba y abajo la polla del chico, moviendo la cabeza a un ritmo constante y cuando Andy cerró los ojos y echó para atrás la cabeza para gemir, Mac aprovechó la oportunidad para dar otra tanda de picantes azotes en el culo firme del joven.
Esta vez Andy conocía la dualidad de las sensaciones placer/dolor que le prodigaba Mac y tensó las piernas alrededor del cuello y en la espalda de Mac, introduciendo su polla más profundamente en la garganta del hombre y haciéndolo gemir. Andy no supo exactamente si fue de dolor o de placer, pero sinceramente le daba igual. Después de que Mac terminó con los azotes, sin perder el ritmo de la mamada, frotó su mano derecha en la recalentada nalga de Andy y mantuvo la otra mano en el pecho del joven. Al abrir los ojos y encontrarse con la mirada fija de Mac, Andy no puedo evitar un escalofrío de placer que le recorrió todo el cuerpo, su orgasmo estaba cerca y ya sin control se lo hizo saber al otro farfullando su placer entre jadeos.
—¡Mac! ¡Mac! ¡uhsss!... ¡Me voy a correr! ¡uhmmm! —mientras se estremecía de placer, Andy reafirmó su equilibrio agarrando con las dos manos el brazo que Mac tenía apoyado en su pecho, sin poder evitarlo, lo acarició con cariño haciendo presa al final sobre su muñeca, preparándose para el inminente orgasmo.
Antes de poder saber qué era lo que ocurría, Andy se encontró fuera de equilibrio cuando repentinamente Mac lo bajó de sus hombros, dejándole caer al suelo sobre su culo y Andy tuvo que sujetarse sobre sus codos para no quedar totalmente desplomado sobre el suelo. Parpadeó rápidamente con incredulidad al ver que Mac se acuclillaba delante de él con una sonrisa satisfecha en su cara, y se pasaba el dorso de la mano por la boca para limpiar de allí los restos de saliva que cubrían sus labios y barbilla.
Andy aún no se había corrido, su polla dura y tiesa apuntaba a su ombligo, el capullo de color rojizo desprendía hilos de presemen que goteaban sobre su tembloroso vientre. Intentando recuperar un poco la compostura, Andy apretó los dientes y pretendió fulminar con su mirada a Mac, procurando no jadear demasiado.
—Hijo de puta. Aun no me he corrido.
Mac se rió con gusto y agitó la cabeza con incredulidad.
—Ya lo sé niño —le dijo con voz dura— ¿En serio creías que me iba a tragar tu corrida?
A pesar de todo Andy seguía empalmado y no pudo evitar imaginarse cómo sería correrse en la garganta de su tutor. El pensamiento le hizo sonreír con malicia. Mac no se perdió el gesto y enseguida le frunció el ceño. Él aún no había terminado con el chico.
—Hazte una paja —le susurró la orden.
—¿Qué?
—Quiero que te masturbes otra vez delante de mí. Me ha gustado tu espectáculo de antes. Pero esta vez lo vas a hacer cuando yo te lo diga —le contestó más claramente—. Mastúrbate. Quiero ver cómo terminas.
Con esa petición Andy se puso más duro si cabe. Por un segundo bajó los ojos al suelo y pareció mostrar algo de pudor, pero enseguida clavó la mirada de nuevo en la de Mac, y desde luego allí no había ni una pizca de pudor.
Había satisfacción y placer.
Andy se fue inclinando hacia atrás para quedar tumbado sobre su espalda, con Mac acuclillado entre sus rodillas levantadas y extendidas rodeando las caderas del hombre. Se acomodó colocando su brazo izquierdo detrás de su cabeza a modo de almohada. Y en ningún momento retiró sus ojos de los de Mac.
El calor que desprendía el cuerpo de Mac, Andy lo sentía en toda su parte baja, en las piernas, en su sexo, pero en ningún momento sus cuerpos se tocaban. Andy estaba tan al borde que no creía que fuera a durar más de unas cuantas sacudidas.
Sin perder más tiempo, recogió algo de presemen que escurría de la cabeza de su polla y lo utilizó de lubricante para hacer mejor las pasadas. Estrujó la cabeza del tallo con tiento y siseó entre los dientes su placer. Estaba equivocado. Probablemente no iba a durar ni dos sacudidas.
En ese momento se fijó en que Mac dejaba de sostenerle la mirada para seguir los movimientos acompasados de su mano en su polla. Vio como de los labios de Mac escapaba un suspiro y sin darse cuenta sacaba su lengua para lamerse los labios. Andy no lo pensó dos veces, y sin perder el rimo con su mano, levantó rápidamente una de sus piernas para golpear con el pie en el pecho de Mac y devolverle el favor haciéndole caer sobre su culo.
Andy se sorprendió de la rapidez de reflejos del hombre, cuando en vez de terminar sobre su trasero, Mac atrapó la pantorrilla de la pierna derecha de Andy, que hacía contacto en su pecho, y aguantó el equilibrio sin caerse, sosteniéndose sobre su rodilla derecha y echando su cuerpo un poco hacia delante.
Con la nueva postura ambos perdieron el aliento, Mac por la presión que ejercía el pie del chico sobre su pecho, y Andy porque Mac no había soltado el agarre de su pantorrilla y el placer recorrió como un río todo su cuerpo por ese simple toque. El hombre se dio cuenta del aumento de excitación del chico y después de repartir su peso en la nueva postura le susurró a Andy.
—Continua.
Andy no se había dado cuenta que había parado de masturbarse y en cuanto escuchó la orden susurrada de Mac, siguió con la tarea. Cerró los ojos por el absoluto placer que sentía con el toque de ese hombre y cimbreó las caderas arriba y abajo para ayudarse como pudiera a terminar con la situación. Mac acariciaba la pierna que tenia apoyada en su pecho con suaves pasadas, casi hasta llegar a la ingle y Andy creía que no sólo se correría, sino que se derretiría completamente en un gran “charco de Andy” si Mac continuaba con su tortura.
Aunque pensándolo bien, peor sería que le dejara con las ganas de nuevo.
A Andy, ya nada le importaba y gemía sin pudor, susurrando entre dientes el nombre de su tutor.
—Oh, John… John… más —suspiró—, tócame más. Acaríciame —le llegó a suplicar, con voz ronca.
Mac le miró a los ojos y despacio negó con la cabeza, aumentando la necesidad en Andy. El hombre no pensaba concederle ni uno de sus deseos. El aumento de la lujuria que vio reflejada en los ojos del chico le llenó de sensual placer y admiró con asombro la belleza de Andy en esa situación. El puño del muchacho trabajando en su polla aumentó el ritmo y de su boca salían gemidos en cada corta respiración. Estaba listo.
Mac se inclinó más sobre el chico manteniendo el agarre en su pierna para abrir más la posición y tener una mejor vista. Entonces, inclino la cabeza hacia abajo y con una decadente pasada de su mejilla sin afeitar, acarició la pantorrilla de Andy, haciéndole vibrar de placer y desencadenando su orgasmo final.
—Córrete, niño.
Andy se estremeció con la orden y con el nombre de Mac en la boca, soltó chorro tras chorro de semen, salpicando su abdomen, su pecho y hasta su boca. Los hilos nacarados escurrían al final de la punta de su polla, formando un charquito en el hueco de su ombligo. Una cadena de estremecimientos agitaban su cuerpo en los estertores finales del placer, Andy apenas lograba recuperar el aliento.
Había cerrado los ojos en un intento inútil de controlar su placer, y al abrirlos lo primero que vio fue la sonrojada cara de Mac prácticamente encima suyo, sus ojos fascinados fijos en el cuerpo tembloroso debajo de él. Pero lo que más llamó la atención de Andy fue ver como Mac pasaba la lengua por sus labios para recoger con precisión un hilo perlado del semen que había salpicado hasta caer en la boca de su tutor. El hombre se relamió y cerró los ojos por medio segundo, Andy podría creer que fue su imaginación pero le pareció escuchar un profundo gemido saliendo del pecho donde el chico aún tenía apoyado su pie.
Antes de poder analizar la situación y casi sin darse cuenta, Mac se incorporó, soltando de mala manera la pierna de Andy y desde esa altura miró hacia el suelo y puso las manos sobre las caderas. En su mirada ya no había fascinación. Estaba serio. Y parecía enfadado. Andy se estremeció, pero ya no de placer.
—Buen espectáculo, Andrew —le dijo con voz cansina—, limpia toda tu mierda, recoge el salón y vete a la cama —antes de girarse para dirigirse a su habitación, le dio un toque a la cadera de Andy con una de sus botas, como si el chico no significara nada. —, mañana tienes clase.
Después de esas frías palabras, Mac se marchó con tranquila indiferencia, dejando a Andy tirado en el suelo y sin saber muy bien qué era lo que había pasado.

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