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AMANTES (Capítulo uno)

 

El despertador sonó dejando que la emisora local de radio derramara la animosa charla del locutor para que la gente empezara a despertarse a esa temprana hora. Ben se giró sobre su costado, acurrucándose en el lado vacío de su cama donde normalmente dormía Mike, y gruñó suavemente. Le costaba despertarse por las mañanas, y encima ahora no tenía ningún incentivo apetitoso que le convenciera para salir de su acogedor capullo de almohadas y edredón. Tener una sesión tranquila y dulce de sexo con Mike por las mañanas era un gran aliciente. Pero estos días no había podido disfrutar de su ración de estimulación temprana.

Ben se removió entre las mantas y levantó la cabeza de la almohada para comprobar la hora. Estupendo, cinco minutos más. Una de las cosas que más disfrutaba en la vida era remolonear en la cama por las mañanas. Le encantaba tomarse su tiempo para espabilarse antes de meterse en la ducha e ir después tranquilamente a tomar su desayuno.

Desde que Mike se quedaba a dormir con él su rutina había variado un poco, al otro le gustaba levantarse temprano para salir a correr un rato, y dependiendo del día, le despertaba para que lo acompañara o lo despertaba después de haber salido para tener un poco de sexo matutino. Evidentemente a él le encantaba la segunda opción.

Sin embargo estos últimos días habían sido diferentes. Mike llevaba ya cinco días fuera de la ciudad, trabajando en un proyecto especial que absorbía mucho de su tiempo. La clienta era una antigua amiga de su jefe que quería una reforma completa en una casa que había heredado recientemente. La dueña, Samantha Ellis, había querido desde el principio que los trabajos se hicieran in situ, la remodelación, planificación y decoración tenían que cubrir todas sus expectativas, y Samantha era una mujer a la que le gustaba controlar todo.

Mike se había hecho cargo del proyecto desde el principio a petición expresa de Jacob, su jefe, y desde ese momento casi todo su tiempo había estado invertido en el proyecto Ellis.

Cuando Ben consideró que ya no podía estirar más sus cinco minutos más, tiró de las mantas y saltó de la cama directo a la ducha. Hoy tenía que revisar con el equipo su propio proyecto, la reforma de una antigua casa en uno de los barrios que se estaban rehabilitando por toda la ciudad. Este era uno de sus mejores trabajos y estaba disfrutando con ello. La casa entraría en un programa de realojamiento para personas con dificultades, que una asociación benéfica estaba llevando a cabo.

Bajo el chorro de agua de la ducha Ben recordó que tenía que comentarle a Mike unos detalles sobre un problema que estaban teniendo en los planos. Toda esa semana habían estado en contacto telefónico. Normalmente Ben era el que más hablaba, Mike solía hacer un resumen somero de su día y luego escuchaba con paciencia todo lo que Ben tenía que contarle.

Después de enjabonarse y aclararse, salió de la ducha y buscó la toalla caliente colgada del toallero térmico. Ben odiaba el frío, esos toalleros eran un gran invento. Se secó vigorosamente y salió disparado hacia el armario para buscar su ropa. Tenía hambre.

De hecho tenía tanta hambre que se estaba imaginado que olía a café y tostadas.

Mientras se calzaba los zapatos y se medio abrochaba la camisa le sobresaltó un ruido seco que venía de la cocina. Se quedó quieto escuchando. Lo primero que pensó fue que nadie entraba a robar a una casa a las ocho de la mañana. Lo segundo que, efectivamente, olía a café y tostadas.

Con algo de aprehensión salió de la habitación y siguió los pequeños ruidos matutinos que llegaban desde la cocina. Cuando vio a Mike de espaldas a él preparando una bandeja con lo que parecía su desayuno favorito su corazón se alegró en un instante, aunque se sorprendió pensando que no se había dado cuenta que estuviera tan triste. Se quedó mirando durante unos segundos a Mike, sobre todo por no poder reaccionar aún a la sorpresa de tenerlo allí.

Mike llevaba una camiseta y unos vaqueros algo desaliñados y tenía el pelo todo alborotado. Su cara estaba cubierta por una oscura barba de tres días, en definitiva parecía como si se acabara de levantar de una mala siesta y hubiera dormido con la ropa puesta.

No podía dejar de mirarle. En esos momentos parecía un colegial enamorado, con una pizca de acosador pervertido; su mente estaba trabajando con varias cosas que quería hacer con el cuerpo desaliñado de su amante.

—¿Cuándo has llegado?

Mike levantó la cabeza de golpe al oír su voz y se giró con la sartén chisporroteante en una mano y la espumadera en la otra. Lo dejó todo en la encimera mientras una sonrisa iluminaba su cara para darla los buenos días a Ben.

—Amigo, estabas en la ducha. —Le contestó. Atrapó un paño de cocina para limpiarse las manos acercándose a Ben, los ojos le brillaban y parecía muy feliz de verle.

—¿Por qué no te uniste a mí? Estaba muy solo allí. —Ben se cruzó de brazos intentando aparentar una imagen de duro, pero la sonrisa que le devolvió le delataba. Aún no se creía que no tuviera que esperar unas horas más para poder tener de vuelta en casa a Mike.

—Pensé que sería mejor idea prepararte el desayuno. Tú siempre tienes hambre. ¿Tienes hambre, Ben? —Mike dio un par de pasos más y atrapó entre sus brazos a Ben, pasó sus manos por debajo de la camisa apenas abrochada para sentir su cálida piel. Las manos de Ben subieron para acariciar su barba de tres días y pasar después a enredarse en su cabello despeinado.

—Tú sabes que tengo hambre…

Mike inclinó la cabeza, atrapando en un cálido beso los labios de Ben. Su boca era suave y blanda, con sabor a menta. Introdujo la lengua en la cavidad haciendo más profunda la caricia y sintió como los dedos de Ben tiraban de su pelo. Cambió el ángulo cuando su amante se izó sobre sus pies y rodeó con las piernas sus caderas. Mike aguantó el peso de Ben agarrándolo de las nalgas hasta que se giró a ciegas y lo acomodó sobre una de las encimeras, quedando encerrado en el agarre posesivo de Ben. Desde que estaban saliendo como pareja nunca habían estado tanto tiempo separados, no había faltado ningún día en el que no hablaran por teléfono unos minutos y la verdad era que el tiempo de separación no había sido tanto, pero Ben no podría haber evitado echar de menos a su amigo. Aunque no se hubiera dado cuenta de cuánto hasta ese momento.

—Ummm, qué bien hueles. —Mike hociqueó entre el cuello de la camisa y la piel de Ben, siguiendo el cálido y erótico olor. Ben se retorció de placer con la caricia e intentó apartarse para evitar ponerse más caliente de lo que ya estaba. Esquivó el avance. Contraatacando con una serie de mordiscos amorosos a la largo de la mandíbula rasposa de Mike.

—No es que me queje, pero ¿qué haces aquí a estas horas? No me dijiste nada anoche cuando hablamos.

Mike permaneció acurrucado en el hombro de Ben, rodeando su cintura con los brazos, pegándose a su cuerpo. Parecía agotado.

—He terminado todo lo que tenía que hacer allí por el momento, no era necesario que permaneciera otro día más, mi plan era volver hoy por la mañana pero me acosté unas cuantas horas y salí de madrugada.

Ben acarició las mejillas rasposas de Mike, quería reconfortarle, aún no le había contado mucho del trabajo que estaba haciendo en el proyecto Ellis, se estaba mostrando más reservado de lo normal.

—Pareces cansado. Vamos a desayunar y me cuentas eso. —Ben echó un ojo al reloj de la cocina. Aún tenía unos minutos antes de ir a trabajar.

—No hay mucho que contar —Ben bajó de la encimera, terminó de acomodarse la ropa desaliñada e indicó a Mike que le alcanzara los platos con un gesto de la cabeza—. Esa mujer cambia de planes continuamente. Los materiales, el diseño, la estructura de los espacios. El proyecto está en marcha, es difícil hacer todos los cambios que pide, tengo que estar negociando con ella constantemente.

—Apenas la conozco, pero parece una mujer de negocios seria, tendría que entender cómo son las cosas.

—No lo sé. Solo sé que me está volviendo loco. —Mike tenía el ceño fruncido. Por experiencia sabían que algunos clientes eran duros de tratar, las cosas no siempre resultaban como deberían y otros no entendían que los presupuestos, los proyectos y el trabajo de semanas o meses no se podían modificar de un día para otro sin consecuencias.

—Está bien, hombre. ¿Qué tienes planeado para hoy? ¿Has hablado ya con Jacob? —Después de servir el desayuno Ben hizo que Mike se sentara en la mesa para desayunar. La luz tenue del sol entraba por los ventanales dando al lugar un aspecto cálido. Parecía que el día sería bueno, un descanso después de tanta lluvia primaveral.

—No, aún no. Me ducho y salgo después de ti. Quiero consultar algunas cosas con él.

—Ni hablar, hombre. Dúchate y duerme un par de horas. Tendrás tiempo de sobra de hablar con él y comer conmigo más tarde. A estas horas aún no tendrías ni que haber vuelto. Descansa, pareces un desarrapado.

—¡Gracias, tío! —Ben se rio mientras se encogía para esquivar el golpe de Mike.

—No te enfades, sigues estando muy bueno.

—Nada. Ya te lo recordaré cuando quieras algo de mí por las mañanas. —Mike siguió rezongando sobre las personas desagradecidas mientras desayunaba. Hablaron unos minutos sobre el proyecto en el que estaba trabajando Ben y de cómo algunos aspectos burocráticos le estaban haciendo retrasar todo.

 Ben se levantó de la mesa para recoger los restos de su desayuno, llevó los cacharros al lavavajillas y guardó la comida en el frigorífico. Si no se daba prisa llegaría tarde al despacho. No quería que Jill llegara antes que él, aún tenía que preparar unas cuantas cosas y siempre terminaba enredándole y le hacía perder el tiempo. Era una cotilla.

La diseñadora de interiores trabajaba en el despacho desde hacía tres años, su forma de hacer las cosas era muy compatible con la de Ben por eso le encantaba trabajar con ella. Jill tenía una chispa especial y lo trasmitía a cada proyecto en el que se implicaba. Era una buena amiga y compañera.

—Me tengo que ir si no quiero llegar tarde. Anda, no seas gruñón y hazme caso. Ducha y cama. En ese orden, ya tienes el estómago lleno, y no necesitas ir a trabajar hasta dentro de unas horas.

­­­­­­­­­­­­­—Te diría que no sabía que eras tan mandón, pero estaría mintiendo.

Ben se acercó por detrás, ya con el abrigo puesto y el maletín al hombro, y metió su mano por dentro de la camiseta de Mike para acariciar la cálida piel de su espalda. Mike se giró, inclinando la cabeza para darle a Ben un largo beso de despedida.

—No te quejes. Te espero para comer. Necesito consultarte unas cosas. Y descansa.

—Sí papá.

—No tienes ni idea. —Susurró Ben con cariño. Pellizcó con gusto las nalgas cubiertas de denim de Mike y se marchó por la puerta de atrás tarareando una cancioncilla.

Mike se quedó sonriendo como un tonto mirando hacia la puerta cerrada. Había merecido la pena conducir durante la madrugada para darle la sorpresa a Ben. De todas maneras era cierto que en el Lago Tapps ya no hacía nada, por no mencionar que estaba más que cansado de tener que esquivar los avances de Samantha Ellis.

Samantha era una mujer preciosa, segura de sí misma y una ejecutiva de éxito. También era arrogante y demasiado caprichosa, esa era una mala combinación. Desde los inicios del proyecto de remodelación de la casa en el Lago Tapps ella había tenido muy claras las cosas, incluso quién se haría cargo del proyecto. Jacob le había ofrecido ese trabajo hacía ya unas cuantas semanas. Antes de conocer a la señora Ellis le había dejado claro que ella era una amiga de la familia y que el proyecto sería importante para él. Le pidió que cuidara con detalle y personalmente todo lo referente a las peticiones de Samantha Ellis.

En estos momentos Mike tenía que andar con mucho cuidado con respecto a las peticiones que le hacía Samantha. Después de sugerir que se quedara en el lago unos días en vez de tener que ir y venir de la ciudad, Samantha había visitado las obras de remodelación de la casa todos los días. Proponía cambios con respecto al proyecto constantemente y pedía a Mike que le explicara los porqués de todo.

En eso ella no era muy diferente a muchos de los clientes con los que había trabajado. El problema era que Samantha quería algo más de lo que estaba dispuesto a dar a un cliente. Las insinuaciones no servían con ella e incluso cuando comentó que tenía pareja, eso tampoco hizo efecto. Se estaba tomando la situación como un juego del gato y el ratón, llegando a afectar a su trabajo. Todos en el equipo se habían dado cuenta de las intenciones que tenía Samantha con él, y aunque todos eran compañeros y se conocían no le gustaba llamar ese tipo de atención. Esperaba continuar el proyecto teniendo el menor contacto posible con ella. Aunque no hubiera tenido ningún compromiso con Ben en ese momento, no hubiera aceptado las proposiciones de la mujer. Samantha era demasiado intensa para su gusto y además nunca mantenía relaciones personales de ese tipo con sus clientes. Esperaba que las cosas se calmaran un poco durante las próximas semanas.

Se fijó en la hora y calculó que si seguía el consejo de Ben podría dormir un par de horas y llegar despejado al despacho para darle su informe a Jacob. Recogió los restos de su desayuno, se dirigió al cuarto de baño desnudándose por el camino. Tiró las prendas en el cesto de ropa sucia. Hizo un apunte mental de ir hasta su casa a recoger algo más de ropa y otras cosas que estaba necesitando. Últimamente su apartamento le servía exclusivamente de almacén. Dormía todos los días en casa de Ben y solo pasaba por su casa para poner en orden algunas cosas. Nunca había hecho eso con ninguna de sus otras parejas. Le pasaba algo extraño con la casa de Ben. La sentía como su hogar.

Se duchó, rápido sin perder el tiempo, puso el despertador a una hora decente y se metió entre las sábanas revueltas de la cama de Ben. Se acomodó y se quedó dormido en cuestión de segundos.

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