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CAPÍTULO UNO (Amigos)

Ben se despertó y por un momento no tuvo ni idea de dónde estaba.
Cuando intentó moverse, se dio cuenta que detrás de él se adhería otro ser humano. Literalmente. El brazo velludo de un hombre rodeaba flojamente sus caderas, tenía una pierna metida entre las suyas  y sentía, sin el mayor asomo de dudas, una polla semidura incrustada entre sus desnudas nalgas. Lo peor de todo era que por debajo de su cuello aparecía el otro brazo del tipo y llevaba en la muñeca un carísimo reloj de platino. Qué él mismo había comprado. Y regalado a su mejor amigo en este mundo.
Mike.
Un hombre hetero.
El corazón empezó a bombear en su pecho a un ritmo bastante anormal, y de repente entró en pánico. La noche anterior había recibido la llamada de Mike, a eso de las nueve de la noche. Estaba cabreado. Había vuelto a discutir con su actual novia y al parecer esta vez era definitivo. Le había obligado a dejar lo que estuviera haciendo, un sábado por la noche, en el caso de Ben algo tan estimulante como ver una reposición de Anatomía de Grey, y le había exigido que se encontrara con él en uno de los garitos preferidos por los dos. Necesitaba emborracharse y tenía que hacerlo en compañía.
Mike y él se conocían desde hacía muchos años. Coincidieron en la carrera de arquitectura y en segundo curso decidieron compartir piso. De ahí hasta trabajar juntos en la misma firma de arquitectos había ido todo rodado. Los dos eran compatibles y su amistad era algo que ambos valoraban. Ninguno tenía hermanos y eran de familias pequeñas. Compartir todo era natural en ellos. Incluso cuando Ben le confesó por fin a su amigo que era gay, Mike se lo tomó mejor de lo que esperaba, teniendo en cuenta que tuvo que confesarle la verdad al haberle pillado un día haciéndole una mamada a otro de sus compañeros, en su propio piso.
Mike se tomaba la sexualidad como algo más bien lúdico y no tenia complejos ni prejuicios. Esto había hecho que ambos compartieran experiencias y consejos cuando uno u otro andaba con problemas de amor. Pero Ben tenía la sensación de que esta vez el compartir había ido demasiado lejos.
Al intentar moverse, Mike le acercó más a su propio cuerpo y se arrebujó más cerca de él. La cadenciosa respiración de su amigo, acariciaba su oído y le hacía sentir escalofríos de placer por todo el cuerpo. Borró inmediatamente ese pensamiento de su mente y con algo más de determinación y mucho de maña, se libró del abrazo de Mike y se quedó junto a la cama mirando como el otro se volvía a acomodar a la nueva situación espacial en la cama. Ni siquiera abrió los ojos.
Empezó a buscar frenéticamente por la habitación para recuperar su ropa y zapatos. Todo estaba desperdigado por el suelo, por las sillas y la entrada de la casa. En medio del pasillo encontró sus zapatos y empezó a pensar que estaba viviendo en un mundo paralelo. Porque no podía ser verdad que hubiera tenido sexo con su mejor amigo.
¡Ni siquiera se acordaba!
Mientras se vestía a toda prisa, hizo una comprobación rápida de posibles molestias o dolores post coitales. Y la verdad es que no sentía ninguna incomodidad en su cuerpo. Cabían varias posibilidades, y por el bien de todos, esperaba que la buena fuera que no había pasado nada entre ellos.
Terminó de vestirse y recogió su abrigo del suelo, junto a la puerta de entrada. De ninguna manera podía enfrentarse en este momento con su amigo. Estaba tan aturdido que aún no sabía ni qué pensar. Antes de salir no pudo evitar retroceder sobre sus pasos y echar un último vistazo a Mike. Aún estaba durmiendo. Se le hizo un nudo en el estómago y muchas emociones se revolvieron por dentro.
Hacía muchos años que había decidido olvidarse de su adolescente enamoramiento por su compañero de carrera. En primer curso, cuando vio por primera vez a Mike, cayó de amor rendido a sus pies. El chico alto, de pelo negro, siempre desgreñado y con los ojos azules más preciosos de este universo,  nunca se llegó a enterar de los sentimientos que despertaba en él.
Después del primer año como compañeros de piso y viendo desfilar a chica tras chica de la habitación de Mike, Ben decidió hacer todos los posibles por olvidarse de ese amor y se juró que sería el mejor amigo de ese hombre. Durante todos esos años Ben, realmente, había pensado que lo había conseguido. Salvo contadas ocasiones nunca volvió a fantasear con la posibilidad de mantener una relación distinta de la que tenía con su mejor amigo.
Pero al parecer las cosas habían cambiado. No había manera posible de solucionar esta situación y que las cosas volvieran a ser como eran antes. Su mayor temor era que Mike le odiara, y también que sabía con certeza que su amistad tal y como había sido hasta ahora, había terminado.
Con pesar en su corazón y unas ganas locas de vomitar, Ben salió de la casa de Mike.
Y mucho se temía que fuera por última vez.
*****
Ben llevaba casi toda la mañana metido en el despacho de su casa,  sentado detrás de su mesa de trabajo y apenas había hecho unos cuantos trazos del proyecto en el que estaba metido.
Nada más llagar a casa, sobre las ocho de la mañana, se había dado una ducha y estaba casi completamente seguro de que no había tenido sexo con Mike. O por lo menos no había habido penetración. Estaba tan preocupado dando vueltas a las cosas que el tiempo se le pasaba completamente entumecido. Elucubraba sobre posibles conversaciones que tendría con Mike y cada una era más descabellada y dolorosa que la anterior. La cosa era más complicada aún ya que seguía sin recordar qué era lo que había pasado anoche.
Todo estaba borroso o directamente en el olvido, después de que entraron en el cuarto Bar de la noche y Mike pidió otras dos rondas de tequila. Ben sabía que no tenía que haber cedido y haber bebido ese espantoso alcohol. El tequila siempre le había pegado fuerte. Aunque era cierto que no tanto como para no recordar nada. Algún que otro episodio de alguna noche salvaje, pero nada importante. Se suponía que Ben debería de haber sido el paño de lágrimas de Mike, bueno en el caso de Mike, menos de lágrimas y más de reproches. El hombre no era muy emocional. Nunca había tenido una relación estable con ninguna mujer.
A sus treinta y dos años, la relación más larga de su amigo había durado dos meses. A duras penas. Lo curioso de Mike era que de vez en cuando se lamentaba de ser incapaz de mantener una relación más allá de ese tiempo, y siempre decía desear encontrar a alguien que le llegara. Que le llegara a dónde, Ben no lo sabía exactamente, pero la verdad que estas crisis emocionales solo brotaban en medio de alguna que otra borrachera. Y Ben siempre había estado ahí para asegurarle que algún día encontraría a su media naranja. El problema era que la conciencia emocional desaparecía con la resaca del día siguiente. E inmediatamente aparecía otra ristra de mujeres en la vida de Mike. Con el mismo resultado de siempre.
Lo que en ese momento más preocupaba a Ben era saber si en algún momento de la noche, había confesado sus sentimientos a Mike. De no ser así a lo mejor quedaba una pequeña esperanza de que las cosas volvieran a ser como antes. Porque no se le ocurría cómo había sido posible que un hombre hetero hubiera terminado en la cama de otro hombre. Por muy borracho que estuviera. Y por lo poco que podía recordar sabía que él había estado un paso por delante de Mike en cuanto a borrachera se refiere. Realmente el tequila no le sentaba.
La peor escena que le venía a la mente era haber confesado a Mike su enamoramiento y que este hubiera accedido a tener sexo con él por compasión. Sabía que su amigo nunca había tenido sexo con un hombre, pero su confianza les llevaba a compartir mutuamente experiencias e inseguridades sexuales, desde muy jóvenes y Mike nunca había mostrado repugnancia o rechazo al escuchar de Ben historias sobre sus conquistas y en más de una ocasión había mostrado verdadera curiosidad sobre algunos aspectos de las relaciones homosexuales entre dos hombres.
Eso le hacía pensar, junto con el cariño que sabía que Mike le tenía, que la opción de sexo por compasión podría haber sido una de las posibilidades. Solo de pensarlo se moría de la vergüenza y deseaba que la tierra se lo tragase. Allí mismo.
Dio un salto de por lo menos tres metros en su asiento, cuando escuchó el timbre de su puerta delantera. Mientras se recuperaba del sobresalto y recogía todos los lápices que habían caído al suelo por haber golpeado la mesa, echó un vistazo al reloj que tenía en la repisa de la chimenea.
Las doce y media de la mañana. De un domingo.
Sabía perfectamente quién era, pero se hizo la ilusión de que fuera uno de sus padres. O los dos. El problema era que hoy era domingo, y a esas horas sus padres siempre estaban disfrutando de sus amistades en el club. Tenía que haber una catástrofe nacional para que ellos se perdieran su día de club. Por lo tanto solo podía ser una persona. No es que no tuviera más amigos. Pero algo le decía que no estaba equivocado.
Al abrir la puerta se encontró directamente debajo de su nariz, con un paquete de papel marrón del que se desprendían olores maravillosos de plátano y chocolate. En ese momento le dio un vuelco el estómago. No sabía si por el efecto de los olores sobre su resaca o por darse cuenta de que Mike había traído sus bollos favoritos por alguna razón en especial. ¿Sería un último regalo de “ahí te quedas muchacho, nuestra amistad se acabó”? Cuando Mike bajó la bolsa, Ben casi se derrite del gusto, y no precisamente por los olores de la bolsa de papel.
Mike llevaba en la cabeza su gorra favorita, de color azul desvaído, del equipo de futbol americano de la ciudad; los Seattle Seahawks. Llevaba unos pantalones vaqueros oscuros, y su chaqueta de cuero negro tres cuartos preferida. Mike tenía un cuerpo de infarto y un estilo rompedor. Rompedor de corazones. No es que él anduviera corto en atractivo. Era como si fuera el negativo de Mike. Rubio, pelo un poco largo sobre las orejas, con ojos oscuros y brillantes, y de sonrisa fácil. Cuerpo atlético y algo más bajo que el propio Mike. Había tenido su buena lista de amantes, pero consideraba que su atractivo no tenía comparación con el de Mike. Creía que la clave estaba en la actitud. Su amigo derrochaba actitud. De la buena.
Cuando se fijó en los ojos del otro vio que, además de tener el ceño fruncido, había algo más de un punto de vulnerabilidad en su mirada. Y por un segundo tuvo la esperanza de que Mike tampoco se acordara de lo que había sucedido. Todo se fue a la mierda en cuanto Mike abrió la boca.
—¿Por qué te has ido esta mañana sin decirme nada? —Le preguntó a bocajarro. En su tono había algo de desconcierto.
De repente, Ben se sintió más tranquilo y decidió que pasara lo que pasara lucharía por mantener la amistad con su menor amigo.
—Perdona —dijo apesadumbrado—. No sabía muy bien qué hacer. Pasa.
Ben retrocedió del dintel de la puerta y dejó espacio para que Mike entrara a la casa. Le cogió el paquete de las manos y le indicó donde podía dejar su abrigo. Se sintió extraño, ya que la casa de Ben era como la segunda casa de Mike y viceversa.
—Sígueme, vamos a la cocina y hablamos. —Precedió a Mike por el camino y sintió todo el tiempo los ojos de su amigo clavados en la nuca.
—Voy a hacer café. ¿Quieres un poco? Llevo toda la mañana atascado en el proyecto Walker y no he avanzado nada. —Parloteó mientras señalaba una de las banquetas situadas alrededor de la isla de su cocina, para que el otro tomara asiento, y aprovechó para interponer el mueble entre él y Mike.
—Ben ¿estás bien? —La voz de Mike resonó fuerte y clara en la habitación e hizo estremecer a Ben. Sintió que se ponía algo pálido.
—Sí, claro —se rió nerviosamente, mientras empezaba a preparar una cafetera de café puro—. ¿Sabes?, esta mañana cuando me he despertado, no sabía ni dónde estaba. Jodido amigo estás hecho. Voy con toda mi buena voluntad a prestarte mi hombro para que te desahogues, y termino más borracho que una cuba. Te advierto; la próxima vez ni una gota de tequila. Sabes cómo me afecta. Creo que la cabeza me va a estallar.
Terminó su verborrea soltando otra carcajada nerviosa y girándose con movimientos inseguros y sin levantar la vista para alcanzar la bolsa de bollos que estaba justo en frente de Mike. No consiguió su objetivo al encontrarse a su amigo tirando del extremo opuesto de la bolsa cuando se estiró a través de la encimera. Levantó la vista automáticamente hacia la cara del otro. Su ceño fruncido, no podía estar más fruncido.
—He venido hasta aquí determinado a pedirte disculpas, de rodillas si fuera necesario, por cualquier cosa que pudiera haber hecho anoche que te hubiera obligado abandonar mi cama sin decirme ni pio. Pero sospecho que tú no te acuerdas de absolutamente nada de lo que pasó anoche. ¿No es cierto?
Decir que Ben se había quedado de piedra era poco. No sabía que Mike pudiera conocerle tan bien.
—¿Qué te hace pensar eso? —Quiso escabullirse.
Mike soltó su lado del paquete de bollos, y por la fuerza de la inercia, resbalaron de los dedos de Ben y cayeron a plomo de vuelta sobre la encimera.
—Primero,  porque acabo de recordar que el tequila produce un efecto muy negativo sobre tu memoria. No sería la primera vez que no te acuerdas de algo después de beber eso. Y segundo, porque te estás comportando como si tú tuvieras que pedirme disculpas a mí, y no al revés.
Ben se dejó caer en su banqueta, totalmente derrotado y más que un poco sorprendido. En ese momento comenzó a destilarse el café y la cocina se llenó lentamente del rico aroma de la bebida negra. Sin saber muy bien por dónde empezar, Ben se pasó los dedos nerviosamente por el pelo y cruzó los dedos de sus manos apretadamente delante de él. Levantó la vista y miró fijamente a los ojos a Mike.
—Es cierto. No me acuerdo de nada. —Dijo con un suspiro. Cuando Mike intentó interrumpirle, Ben le paró en seco y le pidió que no le interrumpiera.
—Mira —dijo extendiendo una mano delante de él—, no sé exactamente lo que te dije o te conté anoche, pero sí sé que un hombre hetero no se acuesta con otro hombre, aunque estén borrachos como cubas y sean los mejores amigos del mundo.
Mike no pudo evitarlo y soltando una carcajada seca contestó a Ben.
—Tú no has salido mucho ¿no? —Le dijo agitando la cabeza con incredulidad.
Ben le chistó enseguida para que se callara y le dejara continuar.
—No sé lo que harán los demás, pero yo sé que tú no lo harías. Como digo no recuerdo lo que te conté anoche pero sólo se me ocurre una manera de que los dos acabáramos durmiendo juntos como lo hicimos. Nosotros… Ambos, nos apreciamos mucho… y si en algún momento te dije algo… o hice algo que te hiciera pensar… que era buena idea tener sexo por compasión con tu mejor amigo, quiero que sepas que siento mucho si de alguna manera te he obligado a algo o te he incomodado —continuó más acelerado—, que sepas que para mí lo más importante en este mundo es tu amistad. La valoro por encima de muchas cosas, y… te pido disculpas de corazón si te he ofendido de alguna manera. —Terminó su discurso de carrerilla.
Delante de él, Mike, tenía una cara totalmente alucinada. Después de unos segundos que pasaron sin ni siquiera pestañear, se quitó la gorra de repente y se frotó la cabeza con las dos manos, soltando un gruñido de frustración.
Se quedó de pie en frente de Ben con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Ben sospechaba que estaba contando hasta diez para sus adentros, intentando tranquilizarse antes de dirigirse a Ben. El rubio esperó pacientemente a que su amigo explotara.
Por fin Mike habló, sobresaltando a Ben con la potencia de su voz.
—Vamos a ver que me quede claro —dijo Mike, y comenzó a enumerar marcando con los dedos—. Te has quedado en blanco respecto de lo que pasó anoche durante la juerga. De entre todas las posibilidades, solo se te ocurre que los dos —dijo haciendo énfasis —, hemos tenido sexo. Y para rematar, el sexo ha sido por compasión. De mí hacia ti —gruñó las últimas palabras—. Y lo más increíble es que después de conocernos durante todos estos años, puedas pensar que tendría sexo con alguien, cualquiera, estando en el estado en que estábamos. ¡Ni más ni menos que sexo por compasión! —Remató.
Con esto último Ben se encogió y se dio cuenta de que había juzgado mal la situación. Muy mal. Por muchas mujeres con las que hubiera estado su amigo, siempre había estado, por encima de todo, el respeto que tenía hacia ellas. En todos los sentidos. Siempre iba con la verdad por delante y nunca se había aprovechado de una situación ventajosa para sacar provecho de ningún tipo con esas relaciones.
Ben se asustó porque de ninguna manera quería ofender al otro. Ya se había dado cuenta de que su amistad no corría peligro, pero no quería que la relación se resquebrajara más de lo que ya lo estaba. Se levantó de su asiento e intentó reunirse con Mike al otro lado de la isla para intentar hacerse perdonar.
—Lo siento, yo no sabi…— Mike le cortó con sus palabras y un gesto de la mano.
—Lo sé. Ya lo sé. Solo dame un minuto que me calme. —Mike empezó a pasear arriba y abajo por todo el espacio disponible en la cocina, con las manos en los bolsillos de los vaqueros y la cabeza gacha. Ben se volvió a sentar en su banqueta y esperó paciente la reacción de Mike. Entre tanto alboroto, Ben sonrió con nostalgia. Su amigo siempre se comportaba de la misma manera ante las crisis. Necesitaba su tiempo para estudiar todas las posibilidades y decidir la mejor estrategia a seguir.
Pasaron largos minutos y Mike había dejado de pasearse. Llevaba un rato mirando al patio trasero de Ben a través de la ventana de la cocina. Parecía más tranquilo y Ben decidió dar el primer paso.
—¿Quieres un café? —Le preguntó con decisión.
Mike no se giró para mirarle, pero suspiró y le contestó.
—Sí, claro.
Ben preparó los dos cafés al gusto. Ben lo tomaba con leche sin azúcar. Mike solo, con mucho azúcar. Dulce era decir poco. Cuando colocó la taza de Mike en su puesto anterior, este se giró inmediatamente y se sentó en su sitio, bebiendo un primer sorbo de café. Lo saboreó con gusto y asintió con la cabeza dando su aprobación. Ben se relajó completamente. Mike era el de siempre. Ya estaba listo para hablar.
Entonces el moreno levantó la vista y clavó su mirada en los ojos de Ben. Cuando habló, su mundo se tambaleó sobre su eje.
—Nosotros dos no hemos tenido sexo. No quería que nuestra primera vez fuera estando borrachos. —Terminando la frase, Mike se puso completamente rojo.

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