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CERCA DE TI

Eran las seis y media de la mañana y ya hacía una hora que estaba en pie. El horario de su trabajo era muy exigente, pero era algo que a él no le importaba. Le encantaba su trabajo, lo que hacía, y desde que se convirtió en el dueño de su propio negocio, el incentivo era mayor. Ya habían pasado dos años desde que heredó la pastelería de su abuela Ángela y sabía, sentía, que lo que tenía entre manos era algo más que un negocio. Representaba todo lo que había querido ser desde que era un niño, cuando pasaba las horas muertas en la trastienda de la pastelería viendo trabajar a su abuela, disfrutando de cada momento que pasaba en ese lugar, ayudándola y aprendiendo el oficio mientras fue creciendo a su lado.

Todo lo que sabía del negocio lo aprendió de ella. Todo lo importante, lo esencial y sobre todo aprendió a lidiar con lo malo, lo feo y lo podrido que su hermano y él tuvieron que soportar con un padre como Francisco Cubero. Después de sufrir la convivencia con ese hombre, sus continuos maltratos y abusos de borracho cuando era un niño, haber tenido que trabajar durante su adolescencia en su bar; conseguir ser independiente y trabajar en lo que le gustaba era todo un sueño para él.

Marcos vivía y tenía su negocio en el mismo pueblo donde nacieron sus abuelos y su madre, y donde siempre vivió con sus padres y su hermano mayor. Ahora solo quedaba él y la dudosa compañía de su padre. Por suerte hacía mucho tiempo que prácticamente había roto las relaciones con él. Cuando murió su abuela, Marcos no dudó ni por un segundo en cambiar su vida trabajando en el bar de su padre por su sueño hecho realidad. Su abuela siempre le dijo que tenía que haberse alejado de allí como hizo su hermano mayor, pero él fue incapaz de apartarse de su abuela y de todo lo que conocía y amaba. Siempre vivió allí, le gustaba la vida del campo, lo prefería a vivir en la ciudad. Cuando fue estudiante pasó sus años universitarios fuera, en la ciudad, pero no pasaba muchos días sin ir a casa de su abuela. Su moto le daba esa libertad. La posibilidad de vivir experiencias nuevas y poder regresar a casa sin depender de nadie, había sido importante para él. Siempre le gustó viajar y visitar los pequeños rincones especiales que podía descubrir, muy lejos o muy cerca, que le ayudaban a evadirse y disfrutar de momentos únicos que vivía solo o en compañía, si es que encontraba en ese tiempo a alguien para compartirlos. En cualquier caso eso siempre fue un escape muy agradable a todos sus problemas.

Sierra era un pueblo relativamente grande, se podía encontrar casi todo lo que fuera necesario, como en una ciudad, y si no lo había, estabas lo suficientemente cerca de cualquier sitio como para poder encontrarlo. Definitivamente ese era su lugar. Aunque hubiera querido que las cosas fueran diferentes, sobre todo ahora que parecía que todo estaba yendo mejor para él. Echaba de menos a su hermano, pero sabía que Javier nunca volvería a pisar por allí. Hacía tiempo que había dejado de insistir para que regresara, tan solo para pasar unos días juntos. Javier solía argumentar que odiaba vivir en sitios pequeños y que nada tenía que hacer allí. Ver como su hermano tensaba la mandíbula cada vez que sacaba el tema cuando iba de visita a su casa en Madrid le hizo pensar pensar, y sospechaba desde hacía tiempo, que había algo más escondido en su mente que solo él conocía, y que por lo visto no era capaz de compartirlo. Decidió tiempo atrás dejar espacio a Javier, para que compartiera con él lo que fuera que le impedía volver a casa, cuando se sintiera preparado. Bien sabía que fuera lo que fuera lo más probable sería que estuviera relacionado con su padre. Él aún tenía recuerdos vívidos de la manera en que solucionaba Francisco los supuestos problemas que le causaba su hijo mayor en la adolescencia. Que Javier ni se planteara volver más al pueblo era algo lógico para él, y totalmente comprensible, aunque eso no quitaba que dentro de él deseara con todas sus fuerzas que las cosas fueran distintas.

A esa hora en el obrador ya estaban casi a pleno rendimiento. Los ricos olores de las primeras tandas de pan horneado inundaban el local y hacían que el ánimo aumentara para lo que estaba por venir para el resto del día. Mientras preparaba la masa del pan para otra remesa y daba forma a las piezas ya fermentadas, echó un vistazo a la hora. Rosy debía de llegar en cualquier momento. Marcos reconocía que su joven aprendiz valía su peso en oro. Ella tenía una ilusión y una capacidad para aprender el oficio asombrosa. Lo que hacía que él se encontrara muy a gusto trabajando con ella. Además de Rosy, en la pastelería trabajaba Marga, ella se encargaba de la venta de los productos y la atención de la tienda. Marga trabajó muchos años con su abuela, y cuando enfermó de cáncer fue una gran ayuda para ella. Al heredar la pastelería, Marcos no dudó en mantenerla en el trabajo. Era otro sol que brillaba en su vida.

Escuchó como sonaba la campanilla de la puerta de atrás y enseguida se giró para ver aparecer a Rosy en la entrada. La chica era menuda. Tenía el pelo castaño corto, a la altura de los hombros y casi siempre llevaba los ojos marrones maquillados con delineador negro, haciendo que parecieran más grandes, y los finos labios pintados de tonos rojizos.

—Buenos días jefe —Rosy se acercó para darle a Marcos un beso en la mejilla, como todos los días. Ella olía a colonia infantil y a aire frío.

—Hola solete. Ve y cámbiate, ando algo pillado. ¿Qué tal ayer por la tarde? ¿Te dio tiempo a terminar de estudiar?

—Sí. Sin problema —contestó desde el vestidor. Rosy estudiaba en la universidad a distancia y tenía que ir a Madrid a pasar los exámenes. Era como él, le gustaba vivir en el pueblo y de esa manera contribuía en su casa con su trabajo y no generaba demasiados gastos.

—Bueno, estupendo. Estoy terminando con el pan, ya he empezado con las primeras hornadas. Tú ponte con los desayunos, la masa de los hojaldres y los cruasanes ya está preparada y el horno está en marcha. ¿Ok?

—Ok.

Después de prepararse concienzudamente, Rosy y él cogieron ritmo de trabajo y con la música de fondo y la liviana conversación consiguieron, como siempre, tener a punto todo para los primeros clientes de la mañana, los más madrugadores. A las ocho y veinte llegó Marga para abrir la tienda e ir colocando las delicias y el pan en los estantes y el escaparate. Mientras ella se ocupaba de eso, en la trastienda empezaron con las tartas, pasteles y demás dulces. La mañana pasaba deprisa.

Cada tanto se oía el bullicio de las personas que llegaban para comprar, como cada mañana, los riquísimos dulces que preparaban en la tienda. Los característicos olores que rodeaban la calle de la pastelería eran la mejor carta de presentación de su trabajo.

Mientras terminaba de decorar una tarta de frutas silvestres, levantó la vista cuando Marga se asomó por la puerta llamándolo. Eran pasadas las doce de la mañana, aún quedaban un par de horas para el cierre.

—Marcos, hay alguien que quiere hablar contigo.

—¿Uuhhmm? ¿Quién es?

Marga bajó la voz para contestar en un susurro.

—Ese joven. El abogado nuevo —bajó aún más la voz—. El que se fue con tu hermano.

Daniel Román. Marcos se quedó tan sorprendido que casi se le cae la manga pastelera de las manos. Pero enseguida reaccionó al escuchar detrás de él un grito agudo, y sentir a Rosy chocando con su espalda mientras le agarraba de la parte de atrás del uniforme y le meneaba dando saltitos.

—¡Ay! ¡Joder! ¡Es el abogado tío bueno! —se puso delante de él y le agarró por la pechera—. Sara y Elena no hacen más que restregarme por la cara que han hablado con él porque es el abogado de su padre. Y dicen que es muy simpático además de guapo. ¡Yo solo lo he visto de lejos! Déjame atenderle a mí… ¡Porfa, porfa, porfa!

Marcos puso sus manos encima de los hombros de su joven ayudante e intentó que dejara de dar saltitos.

 —Rosy, es gay. ¡GAY!

Cuando Daniel Román llegó al pueblo meses atrás, Rosy y sus amigas habían estado como locas intentando averiguar algo sobre ese hombre, y al enterarse que los dos fueron amigos en el pasado, Rosy intentó sonsacarle cualquier detalle que pudiera compartir con sus amigas. Al final terminó contándole algunas cosas sobre Javier, Daniel y él mismo. Pero con la condición de que no podía compartirlo con nadie más. Enterarse que el objeto de sus deseos era gay, aparentemente no disminuyó ni un ápice el interés de Rosy por Daniel.

—¡Ya lo sé! Pero solo quiero mirarle… Y hablar con él —le dijo, poniendo ojitos de cordero degollado. Antes de que Marcos pudiera decir nada, le interrumpió Marga.

—No te esfuerces, niña. El abogado solo quiere hablar con Marcos.

Marcos no hizo mucho caso a las quejas de decepción de Rosy, y se quedó mirando a Marga.

—Pero, ¿sabes lo que quiere? ¿Es algún asunto legal?

—No, no te preocupes —agitó la mano delante de ella para quitarle importancia—. Solo quiere comprar alguna cosa, pero dice que necesita que le recomiendes algo, y… que hace mucho que no habla contigo —terminó Marga, apartando un poco la mirada.

Recordó que hacía poco más de doce años que no hablaban. Desde que Daniel le dio su primer beso, y algo más que un beso, a los quince años; para irse pocas horas después con su hermano sin decirle nada.

Marcos no sabía muy bien qué hacer. Había pasado demasiado tiempo, y la decepción que sintió porque su hermano se marchara, hacía mucho que había desaparecido. Entendía que Javier hubiera decidido continuar con su vida lejos de su padre y todos los malos recuerdos que conllevaba, pero se encontró sintiendo aún algo de malestar al pensar en su relación con Daniel. Si es que se podía llamar relación a unos cuantos besos y toqueteos.

Quizás la diferencia estaba en que con su hermano hablaba por lo menos una vez al mes, y sin embargo nunca volvió a tener ningún contacto con Daniel. Marcos sabía que Daniel llevaba ya más de tres meses en el pueblo, tres meses sin que diera señales de vida o muestras de que tuviera alguna intención de acercarse a él. En ese momento se dio cuenta que estaba más molesto por eso que porque se hubiera ido hacía doce años con su hermano y ni siquiera se hubiera despedido de él.

Unas cuantas mariposas empezaron a revolotear en su estómago cuando se percató de que, si quería, podía ver en esos momentos a Daniel.

Y quería. Mucho.

Rosy no exageró al decir que el abogado era guapo, si las cosas no habían cambiado y por lo que la gente decía, no lo habían hecho. Daniel era un hombre tremendamente atractivo. No solo eso, era magnético, sensual. Con dieciocho años el hombre arrasó su corazón, y aunque era un joven corazón de quince años, Marcos no se recuperó. Era una tontería pero, aún ahora, soñaba a veces con los besos de Daniel.

—Rosy, quédate aquí y echa un vistazo al horno, le quedan siete minutos a esos bizcochos —Marcos se dio un vistazo de arriba abajo, la camiseta y el pantalón blanco que usaba para trabajar no estaban mal, se desató el mandil blanco que llevaba a la cintura y lo dejó en el mostrador de la salida al pasar.

—¡Marcos! ¿Me dejas aquí? ¡Quiero verle! —susurró desesperada y juntando las manos debajo de su barbilla a modo de súplica.

—En tus sueños —le dijo sin volverse—. Quédate ahí o te enteras, morena.

Al salir detrás de Marga, escuchó a Rosy que le llamaba tirano, y sonrió con cariño. Probablemente ella asomaría su cabeza por la puerta en cuanto tuviera ocasión.

Cuando entró a la tienda por detrás del mostrador, lo primero que vio fue que estaba vacía, solo podía ver la silueta de una persona recortada contra el escaparate delantero. Eso lo tranquilizó, no quería que nadie le observara mientras saludaba a Daniel. Se quedó unos segundos mirando, pero se sobresaltó cuando escuchó la voz de Marga.

—Abogado, aquí le traigo al dueño. Espero que él pueda ayudarlo mejor que yo —dijo la mujer, con un poco de retintín.

Al escucharla hablar Daniel se giró, inclinó hacia un costado la cabeza y sonrió de medio lado. Marcos fue a dar un paso adelante para acercarse y tender la mano para saludarle formalmente, pero esa sonrisa y la mirada que barrió de arriba abajo su cuerpo le quedó clavado en el sitio. Titubeó indeciso y dejó caer la mano que había extendido.

Daniel estaba magnífico. Llevaba traje y corbata y sobre éste, un abrigo tres cuartos de piel negra muy fina, con solapas anchas. En las manos sujetaba los guantes que se había quitado y una bufanda color burdeos. Fuera hacía frío.

En ese instante Marcos no supo cómo reaccionar. Delante de él se encontró a un completo desconocido, pero tan parecido al joven del que se había enamorado, que estaba totalmente confundido. Sintió el impulso de acercarse y abrazarle con todas sus fuerzas. Y dejarse abrazar. Aunque pensó que eso no sería muy adecuado; hacía demasiado tiempo que no se veían.

Daniel dejó de repasarlo con la mirada y mantuvo una pequeña sonrisa en su boca cuando carraspeó. Se acercó un par de pasos con la intención de saludar a Marcos. En ese momento él reaccionó y se adelantó; extendió de nuevo la mano frente a sí y frenó el avance de Daniel.

—¿Daniel Román, verdad? Eres el amigo de mi hermano Javier. Hace mucho tiempo que no te vemos por aquí —le dijo jovialmente. Daniel, cambió de expresión al recibir el saludo tan impersonal de Marcos, pero se recuperó enseguida y le siguió la corriente.

—Sí, hace tiempo. Casi no has cambiado.

—Sí, bueno —dijo, sin saber muy bien qué responder—. Dice Marga que necesitas una recomendación para comprar alguna de nuestras delicias —continuó algo incómodo.

—Eso también —contestó Daniel—. Pero la verdad es que tenía que verte —dijo en voz más baja.

—¿Has estado por aquí más de tres meses y ahora tenías que verme? —Marcos no pudo evitar el tono de reproche con el que formuló la pregunta, y vio claramente en la expresión de Daniel que se había dado perfecta cuenta. Pareció complacido con la reacción

—Lo siento he estado… —antes de que pudiera continuar, las campanillas en lo alto de la entrada se escucharon y la puerta de la pastelería se abrió, dejando pasar a una pareja joven con un carrito de bebé, seguidos de una señora mayor.

Marcos sonrió y saludó a los recién llegados e hizo una señal a Marga para que los atendiera directamente. Al girarse vio por el rabillo del ojo la cabeza de Rosy asomándose por la puerta detrás del mostrador. Cogió la oportunidad al vuelo; no quería escuchar las excusas de Daniel.

—Rosy, ven aquí, anda acércate —la joven trotó encantada y se colocó cerca de los dos hombres—. Te quiero presentar a uno de los mejores amigos de mi hermano. Él es Daniel. Daniel, ella es Rosy, mi aprendiz aquí en la pastelería, sin ella no podría hacer nada. Es la mejor haciendo bizcochos.

Rosy quedó encantada con los elogios de su jefe, se la veía feliz y sonrojada. Extendió su mano para saludar a Daniel y éste se acercó un paso, sorprendiéndola al inclinarse y darle dos besos en las mejillas.

—Bueno, es un placer Rosy. Veo que además de encantadora tienes talento. No creo que Marcos diga esas cosas por decir.

—Oh, ¡gracias!, está exagerando un poco, aún estoy aprendiendo, pero me encanta trabajar aquí.

Daniel le sonrió cálidamente y cruzó sus brazos sobre el pecho para continuar con la conversación.

—Todavía eres joven, pero seguro que algún día superarás al maestro.

Marcos se quedó observando el intercambio de palabras. Se dio cuenta que Daniel era sincero y atento con Rosy, hablaba con ella de forma cercana y tenía toda su atención puesta en la chica, haciéndola sentirse especial. Él recordaba perfectamente ese sentimiento.

—Nos dijo Marga que no sabías muy bien qué es lo que te querías llevar. ¿Es para algún evento especial? Si quieres puedo aconsejarte —titubeó un segundo mirando a Marcos—. Si tú quieres, jefe.

—Sí. Adelante, no hay problema, seguro que tú le vas a aconsejar mejor que yo.

Marcos miró a Daniel y le hizo un gesto para que siguiera a Rosy. Éste le devolvió la mirada con intensidad y al pasar junto a él para ir detrás de la muchacha, le susurró para que nadie más le escuchara:

—No te escapes. Quiero hablar contigo.

Antes de darse cuenta Marcos agarró el brazo de Daniel y lo retuvo unos segundos a su lado.

—No hay nada de qué hablar —le dijo tranquilamente—, solo vete por tu lado y yo iré por el mío.

Cuando Marcos le soltó, Daniel se le quedó mirando, al parecer un poco sorprendido por su respuesta. Entonces le sonrió mirándole de arriba abajo y antes de seguir a Rosy le dijo:

—Me parece que no.

Marcos se quedó observando cómo su aprendiz le hablaba a Daniel de las delicias que tenían en la tienda, y cómo el hombre atendía con paciencia a todo lo que le explicaba la chica, mientras le preparaba una pequeña bandejita con pasteles. El corazón le iba a mil por hora. Se sentía como un tonto por haberle hablado así a Daniel, ni siquiera sabía de qué era de lo que quería hablar con él. Probablemente fuera algo relacionado con su hermano. Y él había dado una impresión equivocada. No le extrañaba que Daniel se hubiera reído en su cara.

Echando un último vistazo a lo que ocurría en la tienda, decidió que era mejor ocuparse de su trabajo y olvidarse de lo que estaba pasando allí. Entró al obrador y se dirigió directamente al horno, entonces comprobó que la última tanda de bizcochos para tartas estuviera a punto. Aún faltaban unos minutos para tenerlos listos. En la zona de trabajo Rosy ya había empezado a montar las bases de las tartas para ese día, se acercó y revisó en la tabla de pedidos los encargos. Tenían dos tartas de cumpleaños y una de aniversario de bodas. Esa la recogerían antes de cerrar a las dos, el pedido era para fuera del pueblo. Sin pensarlo mucho comenzó a prepararlas. Le gustaba mucho esa parte, y más cuando los destinatarios eran gente que conocía y apreciaba. Se movió arriba y abajo juntando los ingredientes para elaborar la decoración, quería empezar por el pedido de la boda porque era mucho más elaborado y le llevaría más tiempo. Se acercó al fregadero y se lavó bien las manos antes de empezar a trabajar de lleno.

Pasó junto a la puerta de atrás y se sorprendió intentando escuchar la voz de Daniel en la tienda. Al parecer habían entrado más personas porque solo logró captar una cacofonía indefinida de voces. Volvió a su puesto pensando en lo tonto que podía llegar a ser. Era una bobada anhelar a alguien al que apenas conocía, aunque hubieran vivido en el mismo pueblo cuando eran niños. Daniel siempre fue amigo de su hermano y él, como era normal, solo los seguía donde fuera que estuvieran, cuando le dejaban.

Al enterarse que Daniel Román vino a instalarse en el pueblo como abogado de empresa, Marcos esperó verlo enseguida. Su hermano no le había comentado nada, pero pensaba que Daniel se pasaría a saludarle en cuanto tuviera un momento. Tres meses pasaron y el abogado ni asomó su cabeza por allí. Entonces terminó por convencerse que probablemente Daniel ni siquiera se acordaba de él. No entendía por qué ahora aparecía por allí queriendo hablar. Después de doce años, el hombre que se encontraba en esos momentos en su pastelería, probablemente poco tenía que ver con el chico que le dio su primer beso.

En ese tiempo las cosas en casa ya estaban muy mal. Su padre se pasaba los días intentando sacar adelante el negocio del bar sin hacer muy evidente que se bebía casi todas las ganancias que salían de allí. Pasaba los días ebrio rodeado de «amistades» que solo obtenían beneficio de estar con su padre consumiendo gratis. Su hermano Javier se revelaba continuamente contra esa situación y sufría los abusos físicos y verbales por parte de su padre. No ayudó para nada que, cuando Javier cumplió dieciséis años, le gritara en la cara a su padre que era gay.

Francisco contestó a su hermano golpeándole hasta cansarse. Lo dejó tirado en el patio de la casa y fue Marcos el que le ayudó y cuidó durante los siguientes días. Javier ni siquiera quería que se lo contara a su abuela Ángela, decía que no quería que ella sufriera y se metiera en problemas por él, así que fue Marcos el que se ocupó de todo.

Cuando las cosas estaban más tranquilas Javier se pasaba el tiempo en las casas de sus amigos o estudiando en cualquier otro sitio fuera del alcance de su padre. Marcos en cambio prefería pasar su tiempo en la casa de su abuela y en la pastelería. Pero su rutina cambió un día, cuando tenía catorce años. Él siempre había conocido a los amigos de su hermano, al fin y al cabo todos eran del pueblo e iban al mismo colegio, aunque fueran a distintos cursos. Pero los tres años de diferencia que le separaban de Javier a veces eran muchos años y normalmente no solía salir ni relacionarse con los amigos de su hermano.

Marcos conocía a Daniel, como suele decirse, de hola y adiós. Sabía que era el hijo de una de las profesoras del instituto y que su padre era el director del Banco del pueblo. Y por las conversaciones que escuchó a su hermano, sabía que también era gay. Javier y Daniel siempre estaban juntos, estudiaban juntos y salían juntos. Marcos asumió por esa razón que los dos eran novios. Él no sabía muy bien cómo funcionaban las cosas entre chicos, pero percibió que ellos dos tenían algo especial.

Eso le hizo sentirse muy mal, porque en ese entonces se dio cuenta de que se había enamorado de Daniel.

No se preocupó demasiado al descubrir que le gustaban los chicos y no las chicas. Él nunca se fijó en las niñas de su clase, aunque tampoco en ningún chico en especial. Simplemente esas cosas no le interesaban. Pero poco a poco se encontró pensando cada vez más en el mejor amigo de su hermano, en cuándo podría volver a hablar con él, en si le traería ese juego que le había prometido prestarle, siempre andaba rondando su mente.

Se ponía nervioso cuando hablaba con Daniel y sentía que enrojecía cuando el chico le elogiaba por algo. También se daba cuenta de la atracción que despertaba Daniel en las personas de su alrededor. Las chicas lo rodeaban constantemente, se notaba que preferían estar con él que con cualquier otro. Y el resto de chicos le seguían como un líder, le consultaban e incluso buscaban su aprobación. El grupo de chicos y chicas giraba en torno a él. Su personalidad y su carisma estaban marcados en sus acciones y en su forma de ser. Era guapo, inteligente, con la justa arrogancia adolescente y era fiel a sus amigos.

Y Marcos le adoraba en secreto.

Durante más de un año hizo todo lo que estuvo en sus manos para pasar el mayor tiempo posible con su hermano y sus amigos. Javier siempre aceptó con gracia que su hermano pequeño quisiera seguirle a todas partes y le trataba como uno más de sus amigos. Marcos y alguno de sus compañeros de curso se unieron al grupo de Javier y Daniel como regulares en las salidas que hacían. Aunque eran tres años más pequeños, los padres de sus amigos no se quejaban cuando tardaban un poco más en llegar a casa, porque sabían que estaban con los mayores y que cuidarían de ellos.

Solo tenían que pedir permiso cuando salían de Sierra a otro pueblo cercano, pero normalmente no había problemas. Javier y Marcos no se preocupaban por eso. Su padre casi no les prestaba atención, incluso muchas noches no las pasaba en casa. De cualquier forma, Javier aprendió a ser independiente y por parte de Marcos a la única que tenía que pedir permisos era a su abuela Ángela.

El final del verano de sus quince años parecía estar llegando demasiado pronto para Marcos. Comenzó sintiendo que todos en el grupo le veían como el hermano pequeño de Javier, ahora disfrutaba por sí mismo de su propio estatus en el grupo. Marcos era muy abierto y extrovertido, le gustaba hacer deporte y era inteligente. No se cortaba a la hora de hablar con las chicas, y los chicos le llamaban para que fuera a jugar un partido de futbol con ellos, independientemente de que fuera su hermano o no. Sentía que encajaba y no tenía problemas con nadie.

Solo se sentía mal cuando veía la relación que tenían Javier y Dani. Él nunca les vio besarse o hacer algo entre ellos, pero siempre estaban pasando su tiempo juntos. Se abrazaban mucho, se empujaban y se apoyaban uno en el otro. Pensándolo bien no tenía nada de especial, pero Marcos sabía que muchas veces Javier se había quedado a dormir en casa de Dani, y seguramente dos chicos que tenían una relación no jugarían a las cartas por la noche cuando tenían una cama disponible en el cuarto.

Marcos sentía celos del tiempo que pasaba su hermano con Daniel y se imaginaba lo que haría si tuviera la oportunidad de estar a solas con el chico que le gustaba. Le abrazaría. Le besaría. Lo cierto era que se conformaría con tan solo mirarle. Era una tontería, pero cada vez le costaba más esfuerzo disimular la atracción que sentía por el que creía que era el novio de su hermano. Se excitaba todo el tiempo y tenía que buscar un sitio aislado y discreto para masturbarse. Cuando lo hacía le gustaba imaginarse que Dani le acariciaba o le chupaba en su fantasía. Se estaba volviendo loco y apenas podía sobrellevar la situación, así que decidió buscar una salida a toda esa presión que sentía últimamente.

Marcos no conocía a ningún otro chico gay, que él supiera, pero sabía que su hermano estaba con gente de los alrededores cuando se juntaban en grupos y salían con otros chicos y chicas de los pueblos cercanos. En la comarca no había ningún sitio de ocio donde juntarse y salir con otros chicos gais, así que la mejor opción era ir a bares o discotecas concurridas de la zona e intentar ligar lo más discretamente posible. Él solo salió un par de veces con su hermano y sus amigos a uno de esos sitios. Javier le coló en el local tan solo diciéndole al portero que era su hermano. Marcos recordaba al hombre joven que le miró de arriba abajo con algo de condescendencia en la mirada y una sonrisa burlona en la boca. Pero no había puesto ninguna pega a que él entrara acompañado de Javier.

Esa tarde de finales de verano, mientras su hermano y Daniel estaban pasando el día con unos amigos en un pueblo cercano, Marcos decidió buscarse la vida y salir por ahí para intentar conseguir a alguien que le ayudara con su problema. Al fin y al cabo ya era un hombre hecho y derecho, no necesitaba estar siempre bajo el ala protectora de su hermano. Hacía ya varios años que había hablado con Javier sobre sus inclinaciones sexuales. Al principio, sorprendentemente, su hermano se molestó con él. Javier pensó que como cualquier hermano pequeño solo quería hacer todo lo que él hacía, y que solo estaba confundido. Le dijo que por ser hermanos no tenían por qué ser los dos iguales.

En aquel momento el rechazo que sintió por parte de su hermano le dejó sobre todo confundido y desorientado. ¿Por qué su hermano podía ser gay y él no? ¿Por qué lo suyo estaba mal? Él siempre se había sentido igual con respecto a lo que sentía por los chicos, y no sentía por las chicas. Marcos se enteró que su hermano era gay cuando tenía doce años y Javier quince. Su abuela los había llevado a la celebración de la primera comunión de la nieta de una amiga suya muy querida, en un pueblo del sur de Madrid. Después de la misa y el banquete la gente se dispersó en corrillos para relacionarse y charlar. La finca donde se celebró la reunión era muy grande y estaba llena de árboles y lugares donde los niños podían jugar. Marcos se unió al grupo más grande de niños y niñas que estaban jugando al pilla pilla y al escondite, hacía tiempo que había perdido de vista a su hermano y simplemente estaba pasándoselo bien con un montón de amigos nuevos.

A última hora de la tarde, cuando ya estaba tan ebrio de diversión que deseaba que el día no acabara nunca, Marcos descubrió a su hermano mayor dentro de una caseta de aperos en medio de una arboleda, besándose con un chico.

Su intención era encontrar el mejor escondite posible para poder ganar el juego, ya le había echado el ojo a la caseta, que se encontraba algo alejada de la zona que estaban utilizando todos para esconderse mientras jugaban, a él no le importaba escabullirse hasta allí, aunque la oscuridad ya fuera patente a esas horas, y casi nadie se atreviera a ir, a Marcos no le daba miedo esas cosas y por encima de todo quería ganar esa ronda. Así que en cuanto el que se la quedaba en ese momento empezó a contar hasta cien, él echó a correr entre los árboles hasta llegar a la angosta caseta que estaba a lo lejos. Se dio cuenta que nadie se unió a él en la carrera, así que pensó que sería más fácil pasar inadvertido en el juego. Marcos dio la vuelta hasta la parte de atrás y se escondió allí, escudriñando de vez en cuando para ver si la búsqueda había comenzado ya.

Cuando escuchó un ruido sordo viniendo de dentro de la caseta se sobresaltó pensando que podría haber algún tipo de animal haciendo de las suyas. Se apartó un poco quitando su atención del juego que se estaba desarrollando más adelante y buscó, escuchando con atención los sonidos, algún sitio por el que poder ver dentro sin revelar la posición de su escondite. Al moverse por la parte de atrás descubrió una abolladura y un agujero estrecho en uno de los lados de la caseta. Intentó mirar por él, entonces sintió a alguien gemir en el interior. Marcos se sonrojó, pensando que había pillado a alguno de los adultos haciendo sus cosas allí.

La curiosidad le pudo y sonriendo con picardía agudizó el oído e intentó echar otro vistazo por el agujero. Escudriñó hasta encontrar un bulto grande que se movía en la esquina opuesta a la que se encontraba él. La pareja estaba abrazada, un chico estaba sentado de frente a él sobre lo que parecía un bidón de algo, entre sus piernas había otra persona que tenía sus brazos rodeando el cuello del otro. Al principio no podía explicarse lo que estaba viendo. Resultó que las dos personas que se besaban en el interior de la caseta eran dos hombres, ambos tenían el pelo corto e iban vestidos con vaqueros y camisas. La imagen le sorprendió y le excitó a la vez. Eso era lo que él quería, lo que siempre anheló, a otro chico. Pero casi se cae de culo al suelo al darse cuenta que el chico sentado en el bidón al que le rodeaban el cuello era su hermano mayor. Su hermano Javier era como él, era gay, y nunca se lo había dicho.

Después de ese día Marcos le dio muchas vueltas a la cabeza, pensando y cuestionándose todo lo que sabía sobre su hermano mayor y cómo se sentía al respecto. Durante semanas no habló sobre ello con Javier. No se atrevía a contárselo y tampoco sabía cómo decirle que lo sabía. ¿Era necesario dejar esas cosas claras entre ellos? ¿El resto de sus amigos lo sabían? ¿Les importaba? Marcos no notaba nada diferente en su hermano, no se comportaba de manera extraña y parecía que todo seguía como siempre. La sensación que tuvo durante esos días era que nadie de su entorno, ni los otros chicos, ni sus amigos sabían que Javier era gay. El único que había cambiado en algo era él y la percepción que ahora tenía sobre su hermano mayor.

Semanas después de su descubrimiento en la caseta de los aperos Marcos seguía, como hacía últimamente, muy pendiente de su hermano. Pasó mucho tiempo intentando averiguar si Javier tenía un novio o si es que le gustaba algún chico. El que se besó en la fiesta con él no era del pueblo, por lo tanto ese estaba descartado, pero Marcos sospechaba que había alguien que le gustaba porque de vez en cuando Javier se escabullía sin que nadie se diera cuenta, incluso él le perdía de vista, y no volvía a casa hasta después de un par de horas.

Ese día, ya por la tarde, muchos chicos del pueblo estaban reunidos en la plaza arremolinados en grupos, unos jugando al futbol, otros más pequeños a los cromos. Marcos estaba sentado en uno de los bancos viendo jugar a su hermano. Acababa de terminar su partido y estaba descansando, con la camiseta empapada de sudor y la garganta seca, deseando beber un poco de agua. El partido estaba siendo bastante competitivo, los dos equipos estaban empatados y ninguno quería perder. Marcos observó el juego del equipo de su hermano, una jugada que arrancó en propia área se desarrolló entre pase y pase, avanzando por el campo, el delantero, un chico moreno, ágil, con piernas largas y torso recio, corrió con el balón pegado a los pies seguido por sus compañeros de equipo y adversarios hasta encarar la portería, y con un potente chute, marcó un gol espectacular. El chico salió corriendo hasta la banda seguido de sus compañeros para festejar su hazaña. Una montonera de cuerpos se creó, uno encima del otro, emulando las celebraciones épicas de los grandes equipos. Cuando uno a uno los chicos se fueron retirando, solo quedaron abrazados y felices, palmeándose la espalda y vitoreando, Javier y Nando, el goleador, uno de los chicos mayores del grupo. A simple vista nada parecía extraño, solo el júbilo de dos chicos disfrutando del deporte amistoso, pero Marcos quiso ver algo más. Una caricia más cariñosa, una palmada prolongada, o una sonrisa más misteriosa, cómplice. ¿Sería él?

Después del partido todos empezaron a dispersarse para ir a casa a cenar. Marcos trotaba detrás de la bicicleta de su hermano que pedaleaba con parsimonia para no alejarse demasiado de él. ¿Qué debería hacer? ¿Debería contarle a Javier lo que había descubierto sobre él? No quería que su hermano se enfadara, pero tenía un montón de preguntas que se habían ido acumulando todos esos días y sentía como si fuera a explotar de un momento a otro.

Su hermano paró en uno de los cruces más transitados del pueblo, justo antes de llegar a su casa. Apoyó un pie en el suelo y se cruzó de brazos esperando a que una fila de cuatro coches cruzara la calle. Si existía un momento ideal para preguntarle a un hermano mayor si era gay o no, Marcos no sabía cuál podría ser, tan solo se le ocurrió que ese era tan bueno como cualquier otro. Así que se puso a su altura, verificó que no hubiera nadie cerca que pudiera escuchar su conversación y con aire conspirativo le preguntó a Javier:

—¿Te gusta Nando?

—¿Ummm? —contestó distraído Javier.

—¿Qué si te gusta Nando? —insistió Marcos, susurrando un poco más alto.

Javier le miró de lado distraídamente y volvió a fijar la vista sobre la fila de coches.

—Pues sí. El tío juega bien, si no es por él perdemos el partido.

—¡No! Digo que si es tu novio.

Ahora sí, Marcos captó toda la atención de su hermano.

—¡Joder! ¿Qué dices capullo? —masculló Javier, con un tono amenazante, característico de los hermanos.

—No te enfades. Solo digo que si es tu novio. Te vi el otro día con un chico. Estabas dentro de una caseta y os estabais besando. No digo nada, a mí no me importa, también me gustan los chicos ¿Sabes? No pasa nada ¿No? Así somos iguales y no tienes que mentirme cuando vayas a ver a tu novio o lo que sea ¿sabes?

—¡Cállate! Solo estás diciendo tonterías. ¿A quién se lo has contado Marcos?

Javier se inclinó sobre su bicicleta y agarró la pechera de la camiseta de su hermano pequeño, zarandeándolo con vehemencia. Marcos se asustó, su hermano parecía enfadado y nervioso. Él no quiso hacer sentir mal a Javier, solo deseaba compartir algo importante para él y así no sentirse tan perdido.

—No se lo he dicho a nadie, de verdad. ¡Te lo juro!

—¿Por qué tienes que ser tan fisgón Marcos? Siempre estás detrás molestando y luego pasa lo que pasa. No es asunto tuyo ¿sabes?

—Pero yo no se lo he dicho a nadie. ¿A quién se lo voy a decir?

—¡A papá!

—¡Qué no! ¿Cómo se lo voy a contar a él? ¿Qué quieres que nos dé una paliza?

—¡La paliza me la daría a mí!

—Pero a mí también me gustan los chicos ¿No te lo he dicho ya?

—¿Por qué dices tantas tonterías? Tú solo estás otra vez siguiéndome a todos los sitios y haciendo todo lo que yo hago.

—¡Eso es mentira! A mí ya me gustaban los chicos antes de que te viera el otro día en la caseta.

Javier se quedó mirando a Marcos que tenía el ceño fruncido y las mejillas sonrojadas.

—Solo eres un crío, Marcos.

—¡Y tú! — atinó a contestar él.

—Lo que sea. Me da igual, imítame o haz lo que te dé la gana, pero no hables de esto con nadie, ¿me oyes? Nadie.

—¿Y la abuela?

—No.

—¿Y de lo mío?

—¿Qué quieres, meterte en un lío? Vivimos en un pueblo Marcos, si alguien te escucha decir esas tonterías de que te gustan los chicos, primero se van a reír de ti, y luego, probablemente, te pasarás un buen tiempo aguantando bromas pesadas de todo el mundo.

—¿Y tú? ¿A ti sí te pueden gustar los chicos?

—Yo sé cuidarme solo, y no se me ocurre ir pregonando por ahí esas cosas, so tonto.

Javier suavizó el insulto palmeando la nuca de su hermano y dedicándole una sonrisa.

Esa tarde Marcos comprendió que los hermanos mayores podían ser muy complicados… y algo tontos. Marcos hizo caso de los consejos de Javier y fue muy prudente con las cosas que decía. Más adelante se dio cuenta que aunque en ese primer momento Javier descartó su confesión como algo superficial que no iba a ir a ninguna parte, su hermano mayor puso más interés en él, y en los meses que siguieron hasta le hizo alguna broma al respecto cuando no había nadie que los escuchara. A partir de entonces Javier se quejó menos cuando Marcos le seguía a todas partes e incluso de vez en cuando le avisaba que iba a salir con alguien en un momento dado, aunque nunca le decía con quién lo hacía.

Marcos comprendió las precauciones que tomó su hermano con respecto a su sexualidad y por qué lo mantuvo en secreto. Aun siendo muy pequeño él mismo se dio cuenta que el hecho de que te gustaran los chicos siendo un chico no era algo que se debiera contar así, sin más. Él mismo había utilizado la palabra maricón para meterse con sus amigos cuando alguno no se atrevía a hacer algo, o era el último en una carrera o cualquier otra tontería que estuvieran haciendo. Ser un maricón era muy malo, y aunque aún no era verdaderamente consciente del por qué, cuando creció y se dio cuenta de que a los que en realidad miraba y le gustaban eran los chicos, supo que no era algo que pudiera contar a cualquiera. La prudencia y la discreción eran unos buenos aliados.

Aunque en ese pueblo y con la edad de Marcos poco podía hacer con sus gustos extravagantes en materia de amor. Durante mucho tiempo pensó, ingenuamente, que él era el único chico en todo el pueblo con esas inclinaciones. El día que descubrió a su hermano mayor besándose con otro chico, se le abrió el cielo, en muchos sentidos. Ya no estaba solo, no se sentía tan raro y por fin tendría a alguien con quien hablar, aunque ese alguien pasara olímpicamente de él durante mucho tiempo y solo de vez en cuando le gastara alguna que otra broma que no servía de mucho, la verdad, para disipar sus dudas sobre el asunto.

Pero entonces las cosas cambiaron. Cuando Marcos tenía catorce años se matriculó en la escuela el único hijo del nuevo director del banco. Daniel te­nía la misma edad que su hermano e iban al mismo curso. Los dos se hicieron amigos enseguida y lo mejor de todo fue que le incluían de vez en cuando en su grupo de amistades. Daniel le trataba exactamente como lo hacía su hermano Javier, o sea, como un hermano pequeño tocapelotas. Solo que Daniel era algo más tolerante con él. Quizás por eso Marcos empezó a fijarse más en el nuevo mejor amigo de su hermano. El chico era moreno, muy guapo y alto; no era desgarbado como alguno de los otros, le gustaba juagar al futbol y hacer deporte, por eso era muy activo y había hecho amistad enseguida con todos.

Marcos empezó a beber los vientos por él y ni siquiera se dio cuenta de cuándo pasó.

El día que Daniel se enteró que Marcos era gay resultó también uno de los más vergonzosos para él. Los tres habían ido a la casa de Daniel para ayudar a su madre a arrancar las malas hierbas del patio trasero. Había sido un día caluroso y los tres estaban sudados y llenos de polvo y suciedad. La madre de Daniel les invitó a pasar dentro y les obligó a tomar una ducha. Los tres se turnaron para limpiarse en el baño de invitados, la madre de Daniel no quería que pusieran el baño principal hecho un cristo. Mientras Javier se terminaba de duchar Marcos se estaba vistiendo con algo de ropa prestada, aunque era algo más grande de su talla no le quedaba muy mal. Estaba sentado encima de la cama con los calzoncillos puestos e intentando ponerse los pantalones cuando Daniel entró a la habitación con una toalla atada a la cintura, el pelo y el torso húmedos.

Marcos se quedó literalmente con la boca abierta.

No era como si nunca hubiera visto a Daniel así, los veranos en la piscina eran especialmente memorables para Marcos. Pero estar a solas con él, semidesnudos en un dormitorio, disparó por completo la imaginación de Marcos y le puso en un aprieto difícil de disimular. Allí sentado, viendo como Daniel se secaba el cuerpo con una toalla justo delante de él, estaba en la gloria. Si hubiera sido por él ese momento no tendría por qué haber acabado nunca. Estaba tan distraído con la mente perdida en sus fantasías que no se dio cuenta de que Daniel le estaba mirando y tenía una sonrisa burlona en los labios.

—¿Qué te pasa hermano pequeño? —dijo Daniel, que se colocó junto a él mirándolo de arriba abajo.

—Nada. ¿Por qué? —contestó Marcos con recelo. ¿Se le habría notado en la cara lo que estaba pensando?

—Tienes la cara roja —Daniel sonrió señalándole.

—¿Y qué? No me pasa nada —contestó Marcos algo arisco.

—¿Y esto, tampoco es nada? —Daniel se inclinó lo suficiente como para llegar a rozar con su dedo el sexo erguido de Marcos, que se delineaba debajo de su calzoncillo. El chico reaccionó dando un manotazo a los dedos intrusos de Daniel. El bochorno cubrió todo su cuerpo de un tono rojizo brillante. Aunque Marcos acostumbraba a pasar el rato con su hermano y los amigos de éste, era muy consciente que casi todos le toleraban porque era el hermano pequeño de Javier, y Daniel le trataba como tal. Entre ellos no había charlas de amigos, tontas o serias. No había confidencias y casi nunca estaban solos ya que aparentemente lo único que tenían en común era a Javier. Que el mejor amigo de su hermano, que era el objeto de sus deseos desde hacía algún tiempo, se burlara de él, podía ser algo horrible. Y quedar en ridículo de esa manera estaba haciendo añicos su ego.

Cuando Marcos golpeó la mano curiosa, Daniel la retiró inmediatamente y le miró a los ojos. Estaba sonriendo, con algo de condescendencia en la mirada, y Marcos no sabía si tomárselo a bien o a mal.

—Tranquilo, hermanito. No pasa nada, solo es una reacción.

—Estoy tranquilo, y ya sé que no pasa nada —Marcos estaba empezando a molestarse en serio con Daniel. Que le llamara hermanito como burlándose de él no estaba ayudando mucho.

—Ya. Como quieras. Pero si te pones un poco más rojo vas a explotar —Daniel le guiñó un ojo a Marcos sin despegar la sonrisa de su boca.

—¿Qué pasa aquí tíos? —Javier entró al cuarto de la misma forma que Daniel, empapado y con una toalla atada a la cintura—. ¿Todavía estáis así?

Al entrar su hermano, Marcos intentó cubrir su erección con las manos, que ni con las pullas de Daniel había disminuido.

—Sí. Es que tu hermano está teniendo problemas con sus calzoncillos.

Entonces los dos chicos se quedaron mirando el regazo de Marcos, y como respuesta se puso aún más rojo, y su enfado aumentó unos grados. Ya era malo lidiar con esos dos de uno en uno, hacerlo con los dos juntos era imposible.

—¿Qué dices? ¿A ver? —bromeó Javier.

Javier hizo el amago de intentar apartarle las manos del regazo mientras él y Daniel se reían por las maniobras de evasión que intentaba Marcos.

—¡Dejadme ya, pesados! Ni que a vosotros no se os hubiera empalmado nuca.

—También se nos ha empalmado. Pero es muy divertido meterse contigo —dijo Javier.

—Te sonrojas muy fácilmente —Daniel se sentó en la otra cama individual enfrente de la que estaba sentado Marcos, que estaba intentando esquivar los pellizcos de su hermano mayor.

—Ja, ja. Me parto de risa —su hermano y Daniel le estaban haciendo pasar un mal rato, pero Marcos pensó que ya se lo cobraría en otra ocasión. Cuando menos se lo esperaran.

—De cualquier manera ¿qué le has hecho a este para que se ponga así?

—No lo sé. Creo que nada.

Daniel le guiñó un ojo a Javier y se encogió de hombros, sus labios temblaban como si estuviera intentado mantener la risa.

—Pues más te vale, perro cachondo. Él es demasiado pequeño para ti.

Javier se sentó al lado de Daniel en la cama y le pasó el brazo por encima del hombro para hacer una presa y achucharle sujetándolo por el cuello. Los dos empezaron a reírse entre protestas, haciéndose bromas y Marcos quedó en segundo plano, como si nunca hubiera existido para ellos. Terminó de vestirse rápidamente y ese día se dio cuenta que, de verdad, él estaba en otra liga. Nada podía hacer con respecto a su enamoramiento, prácticamente no existía para Daniel, y sobre todo, él y Javier parecían tener algo especial, más allá de la amistad, que era demasiado difícil de entender para Marcos.

 

 

 

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